Es una frase que viene acompañada cuando ocurre una desgracia, pero no cualquiera, sino de aquellas que perduran en el tiempo, generalmente de larga duración. Cuando son esporádicas ni siquiera la frase aparece por las esquenas.
Tampoco aparece cuando uno se gana
la lotería o cambia para un mejor puesto. Seguro no se asoma cuando la vida es
agradable. Cuando se es feliz nunca se pregunta por qué a mí. Irónico.
Como dije, surge cuando algo
malo
sucede y ese malo no se supera prontamente, se mantiene, se queda, se amaña y
todo eso desespera y parece que la eternidad se hace presente, que nunca va a
pasar.
Se pregunta uno por qué a mí. La
respuesta, sencilla. Pues porque le tocó. No era para el vecino, era para uno y
ni forma de hacerle el quite, de pronto soportarlo, si podemos, con optimismo,
con ese ya pasará, pues ya me tocó a mí y no al vecino -con dejo egoísta-, aunque
dicen que no hay mal que dure cien años, aunque el sentimiento es el mismo que
se debe sentir como si se estuviera viviendo por cien años.
Entonces, por qué a mí? Sencillo,
porque no era para el vecino y a uno solo le queda mancillarse en la desesperación
o esperar estoicamente hasta que se supere.
No hay de otra.
Cómo puede haberme pasado a mí algo así, señor
Chadwick? —dijo—. He sido una cristiana devota toda mi vida. Nunca he hecho
daño ni a una mosca y siempre he servido al Señor lo mejor que he sabido. ¿Cómo
puede Él hacerme esto?[1]
[1] Peter Robinson. Un trozo de corazón.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario