Muchas veces la curiosidad nos lleva a hacer preguntas, cuya respuesta es evidente, se hace incómoda o, por su sinceridad, contraproducente.
Por citar un solo ejemplo, esa pregunta que se hace
casualmente (o sin eufemismo, el Chavo diría que es sin querer queriendo):
Todavía me quieres?
El todavía en la oración, sin serlo, ya implica
una dualidad que lleva a pensar que en la pregunta hay gato encerrado. Y por
esa razón y para no dar pie a una respuesta no querida, es mejor no incluirla,
o, mejor, no hacerla y de hacerlo, variando la entonación, la circunstancia, la
oportunidad. Pero sinceramente creo que lo mejor es no hacerla, por la
peligrosidad que implica la respuesta.
Es tanto como preguntar, sin el todavía, si Me
quieres? luego de una pelea.
Es por eso por lo que creo que muchas preguntas es mejor
no formularlas, en ninguna circunstancia, si se quiere seguir viviendo en la
comodidad de la ignorancia.
Y de verdad me ha hecho más libre. Porque me
enseñó que hay muchas formas de ser esclavo.[1]
[1] La cola de la serpiente. Leonardo
Padura.
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