viernes, 18 de agosto de 2023

SILENTES


            
Inicié una nueva lectura y sus primeras páginas me llevó a pensar en pasado y en futuro. Situaciones silentes que se van involucrando en la vida de pareja, se van acomodando y cuando menos se piensa ya hacen parte de la cotidianeidad de la que luego es difícil desprenderse o, por comodidad, mientras esté latente y escondida es mejor dejar quieta, como dicen los médicos como explicación de que tampoco ellos lo saben: si no duele, no se rasque. 

            Sin más preámbulo, cada uno juzgue: 

Lo supo en el mismo instante en que ella entró en la habitación. Durante los últimos meses se había dedicado a seguirlo por la casa para procurar iniciar un diálogo pero, de algún modo, él siempre lograba escabullirse. Habría sido tan fácil continuar callando, continuar escondiéndose tras la cada vez más empobrecida vida diaria y no tener que dar el paso sobre el abismo. (…) Y aquel miedo apabullante. (…) Por haber hecho que todo siguiera rodando como si nada, como si no importara que él ya no quisiera ser partícipe. (…) Como una locomotora irrefrenable, ella tiraba hacia delante con todo para que las cosas se mantuvieran en su sitio. Pero algunas cosas no podían mantenerse en su sitio. Cuanto más había intentado él marcar su distanciamiento, más se había esmerado ella en que no se notara. Y a cada día que pasaba él se daba más y más cuenta de que, en realidad, poco importaba lo que él hiciera. Ella ya no le necesitaba.

Tal vez nunca lo hubiera hecho.

Él solo era algo que se le había quedado prendido a la locomotora durante el trayecto.
Pero ella nunca había captado nada de lo que él sentía. Que el hastío y lo predecible de sus vidas le asfixiaban poco a poco. La mitad de su vida ya se había consumido y el resto seguiría por el mismo camino. Nunca sería nada más que esto. Había llegado el momento en el que ya no cabía posponer todo cuanto anhelaba realizar. Todo cuanto había pensado hacer más adelante. Más adelante era ahora. Todos los sueños y expectativas que él obedientemente había guardado empezaban a hacerse oír, a preguntarle con creciente insistencia qué sería de ellos. ¿Debían sus sueños abandonarle o quería él conservarlos y en ese caso para qué? ¿Por qué habían de permanecer con él si de todos modos no tenía intención de realizar ni uno solo de ellos?

Recordó a sus padres. Metidos en su casita de propiedad (…) Sin nada inacabado ni pendiente. Noche tras noche, la una al lado del otro, arrellanados frente al televisor, cada uno en su atortujado sillón. Todas las conversaciones muertas hacía tiempo, todas las consideraciones, las expectativas, todo el respeto, todo se había consumido por falta de estímulo y de aptitudes. Lo único que les quedaba era el recíproco reproche por todo cuanto se les había escapado de las manos, por todo cuanto habían perdido para siempre. Por no haberse podido dar más y porque hacía mucho que se les había hecho demasiado tarde. A veinte metros de sus sillones pasaba la vía del tren y a cada hora, año tras año, pasaban los trenes que podrían haberlos sacado de allí. Se habían resignado a que justamente su tren hubiera pasado de largo hacía lustros, a pesar de que otros trenes no dejaban de traquetear a toda velocidad haciendo vibrar los pulidos cristales de la ventana de la sala de estar. (… ) Hacía mucho que no tenían ánimos para levantarse y recorrer los cien kilómetros que les separaban de Estocolmo. (…) Atrapados en su propia existencia, se apoltronaban en sus sillones, resentidos y amargados.

Como eternos rehenes el uno del otro, bajo su terrible temor a la soledad.[1] 

                Cada cual juzgue a su gusto, por pasado o por venir, una reflexión que deja alternativas: no hacer nada; hacer algo; dejar hacer; esperar el milagro o empacar y disfrutar de una nueva vida. Cada cual juzga a su gusto, quién soy yo para decidir! Todos lo hemos pasado, lo estamos pasando o lo pasaremos, parece que de esa no se escapa uno.


Tomado de Facebook
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[1] Engaño. Karin Alvtegen.

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