Tal vez en otra oportunidad he hablado del silencio, espero no ser repetitivo.
Esta vez me
refiero al silencio compartido. Unas veces, la mayoría, resultan ser odiosos,
esos silencios que ocurren cuando uno está con alguien y no hay nada qué decir
o se trata de una persona recién conocida con la cual uno no se atreve a dar el
paso de iniciar una conversación y así el silencio se entorna en una sensación
de incomodidad, una sensación que conlleva culpa o, mejor, una molestia
indefinible.
Y qué decir
del silencio que se produce cuando se ha agotado la conversación o no hay nada
qué decir, generando igualmente la incomodidad, la molestia.
Sí, son
silencios incómodos por los cuales pasa uno, sobre todo en la juventud junto a
un mayor acompañante, uno considera que hay pensamiento disímil generacional y
por eso no se atreve a iniciarla, se prefiere la incomodidad.
Con el paso
de los años ese silencio es de agradecer, si no hay tema de conversación no
pasa nada, la conversación pasa a una silenciosa conversación con uno mismo,
con sus propios pensamientos, como cuando uno está solo. Eso me lleva a
recordar algunas novelas leídas en las que el personaje no permitía que durante
la hora de comer se iniciara conversación alguna, prefería degustar su comida
en el mayor silencio posible, explicaban.
Los
silencios son silencios que hay que respetar y hasta resultan saludables y más
cuando son silencios disfrutados con la sola mano acompañada del calor de otra
mano, esos son silencios que no se pueden olvidar.
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