Hay frases peligrosas. Las hay de doble filo. Las hay de zancadilla y hasta de prueba. Por eso hay que saber callar, aunque sin cara de quien calla otorga, porque puede ser peor. De allí que me atreva a formular una historia a partir de imágenes recopiladas, tal vez sin sentido, pero que pueden llegar a ser un salvavidas o la perdición, porque también depende de la mueca, el gesto, las gesticulación de los protagonistas. La facilidad de la obra es que puede intercambiarse en el orden que se prefiera, pero cada uno se hará responsable de los resultados.
Y como epílogo:
—No, no he pensado tanto… O sí lo he pensado,
para serte sincero, porque me da miedo la idea —dijo y sintió deseos de
abofetearse a sí mismo: hay cosas que jamás se le dicen a una mujer—. [1]
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