Nunca
más solo que a las tres de la mañana. Despierto sin motivo, el rostro de la
noche te mira fijo.
—Las
tres y dieciocho.
Vale.
O sea que aquella luz matinal en la ventana solo es la imaginación. Demasiada
noche queda.
Al haber
adelantado la hora de sueño, saliéndome de la costumbre habitual y después de
haber dormido, profundamente creo, durante unas dos horas, algo me despertó y
me dejó en vela sin posibilidad de volver a conciliar el sueño y con plena
conciencia la imaginación se hizo cargo del cerebro. Nada de racionalidad, nada
de realidad. Silencio, oscuridad, penumbras, los ingredientes necesarios para
el inicio de una noche de insomnio.
Un primer
esfuerzo fue el de mantener los ojos cerrados, aunque la oscuridad externa era
patente, pero de esa manera pensaba, como en otras oportunidades, obligar al
sueño a retornar por su cauce natural. De nada valió. Media hora dando vueltas,
ojos cerrados, intento de adormilamiento, pero al parecer estaba escrito que
nada de lo que hiciera haría volver al sueño, porque ya se había despedido, ya
había recargado lo suficiente y no deseaba retornar, pareciera decir.
Nefasto
momento de indecisión que puede llevar una media hora adicional para definir
cómo asumir la situación.
Primero el
silencio, aunque si se es preciso, se trata del silencio propio de la noche,
del propio de la madrugada. Porque a lo largo de la noche se presentan varios
silencios, si es que se puede hablar del silencio en estricto sentido, pues
siendo minucioso, no existe el silencio, salvo en las celdas de los servicios
secretos que lo usan como una tortura y, pensándolo bien, el silencio absoluto
dicen que es verdaderamente torturante.
Pero sin
desviarme, solo puedo hablar del silencio nocturno ese que se genera luego de
acostarnos, pues antes pasa totalmente desapercibido, como el silencio de un
parque al que no estamos acostumbrados a oír con su arrullo de canto de
pájaros, del roce de las hojas de los árboles. En fin, es el silencio en que se
hace audible el paso medianamente constante de vehículos; el del avión que en
la distancia se despide de la ciudad, cuya presencia permanece hasta la media
noche; el sube y baja del ascensor; los vecinos en sus actividades que se
alistan al reposo.
Luego viene
el silencio de la medianoche, ya silenciado el paso de los aviones,
esporádicamente el ascensor suena y el paso de vehículos se reduce igualmente,
dando paso al silencio de la madrugada, ya más apacible, más tranquilo, más
sosegado, el que se deja sentir en su inmensidad, porque ya ha desaparecido la
intensidad de la actividad diaria. Eventualmente se oye el motor de algún
vehículo trasnochado, al igual que se oye el anuncio de las puertas de acceso
de algún durmiente extraviado, porque cosa curiosa, siempre hay alguien que
regresa tarde, tal vez demasiado tarde. Esos sonidos se vuelven más intensos a
pesar de no serlo, tanto que si es vehículo permite reconocer si se trata de un
bus, un camión o simplemente de un sedán retrasado por algún fugaz amor. Se
puede oír el tictac del reloj de pilas o la recarga automática de la nevera que
en otros momentos pasan totalmente desapercibidos.
Solo hay
que saber escuchar y el silencio hablará de hábitos, de actividades, de
costumbres y de rutinas, así como de una que otra vez de silencio total o de
pasiones terrenales.
Hasta aquí
puede no haber problema, éste inicia con la oscuridad y sus sombras, cuando los
ojos no pueden estar cerrados en medio de la noche, al no ser posible
distinguir esas sombras o, al menos, posibles de controlar.
Dije que en
estos casos era la imaginación la que se hacía cargo del movimiento cerebral,
las sombras en el silencio de la madrugada pues antes era intrascendente su
presencia. Y es así porque las sombras con sus imprevistos movimientos, sus
constantes cambios, invitan a los fantasmas, haciendo visible formas en donde
no las hay, sensaciones que invitan más al miedo que a la reflexión. Una luz
extraviada se enciende y deja ver algún tímido fulgor, un viento que choca
contra la ventana produciendo movimiento, un aullido en la distancia, una queja
lastimera dejándose sentir fácilmente, permiten que la imaginación se haga
cargo y ya sabemos lo que pasa cuando dejamos que ella se acomode en nuestra
cabeza, hacen surgir fantasmas, gnomos, demonios y de ahí hay un paso a que el
miedo se imponga.
Esto de la
imaginación no es un cuento ni imaginación mía, es tan real como lo plasma una
película de terror.
Para los
efectos de mi insomnio desdichado, bastó con pensar o decirme en silencio:
déjese de maricadas que sombras son sombras, sonidos son sonidos y los
fantasmas no existen, como las brujas, pero que las hay, las hay.
Tal vez
después de un buen rato, largo por decir lo menos, y ante tanta inercia mía
notaba que el aburrimiento estaba calando y el sueño se veía cada vez más
lejano. No se asomaba por ningún lado, ni siquiera entre las siniestras
sombras, era invisible o se hacía el pendejo, además del cansancio propio del
estar cambiando constantemente de posición y ello me llevó a la disyuntiva:
coje la Tablet y se pone a jugar o se pone a leer. Opté por la segunda, a
sabiendas de que siendo una buena lectura la que tenía, la ambientación podría hacer
llegar al sueño. A pesar del intento tampoco funcionó, el sueño era reacio y no
sabía por qué. No había causa, no había razón y me reprochaba que un pensionado
no se merecía eso al no haber una razón de preocupación que alterara una rutina
tan permanente. La última hora la pasé jugando y ya, tal vez por el cansancio o
qué se yo, el peso de los párpados empezó a sentirse, aunque es cierto que sin
fuerza ni vigor, pero algo era algo y mirando en la penumbra por última vez al
reloj, ya casi cerca de las cuatro de la mañana me obligué a cerrar los ojos y
adoptar posición. No sé qué predisposición hay pero entre tres y cuatro de la
mañana generalmente se presenta un despertar, furtivo o definitivo, y eso he
evidenciado en las diferentes películas cuando acaece. Como sea, al ser
conscientes de que quedaban dos o tres horas más de sueño habitual me obligué a
dormir y así, sin saber en qué momento, hube de disfrutar las horas de sueño
que faltaban para despertar definitivamente.
Y toda esta
reflexión por cuenta de un insomnio que hacía mucho no tenía y me condolí de
las personas que lo sufren permanentemente.
… volvió a abrir los ojos para escapar de sus
fantasmas, pero también la realidad parecía llena de ellos.