No sé si en algún momento me referí a los desfiles de modas y sus maniquís, pero quisiera hablar de las pasarelas. Desfiles de modas que parecen… no sé qué parecen, sinceramente.
Nada más ver las posturas de los modelos (entiéndase la
palabra como el genérico), generalmente anoréxicas y mal alimentadas, sin sabor
alguno, con mirada de bacterióloga[1],
sin expresión, sin emotividad ni sentimiento y con esos solos ingredientes
bastan para despreciar esos desfiles.
Y las modas, los trajes (si así se pueden llamar) que
rayan en lo ridículo, Dios nos libre, nadie en su sano juicio sería capaz de
ponerse un esperpento así, extravagantes, estrafalarias, imposibles de lucir y
de poner.
Nada más ver a actores y actrices en la gala de entrega
de algún premio con vestimentas que solo se ponen para llamar la atención, sin
necesidad, de las que solo se recomendarían a un enemigo. A mí, además de
vergüenza ajena, me da risa, por la ridiculez de ponerse algo que ni va con
ellos ni les luce y que al parecer son una tortura para ponerse y para
sobrellevar.
Pero eso es la moda, el hazmerreír que la hipocresía no
deja traslucir, porque es precisamente la moda, modelos y prendas estrambóticas
y hasta ese punto ha llegado la humanidad, pero esa es nuestra humanidad, un
chiste completo.
Y eso que estamos supuestamente en un mundo claro y
estructurado, frase que oí por ahí, la cual también me hizo reír y sonrojar,
por la estupidez de una realidad inexistente.
Ni
siquiera recordaba haberla puesto en marcha, en un canal en que emitían uno de
aquellos programas de juicios que estaban de moda, el Juez nosequé o
nosequemás, los jueces reducidos a caricaturas (un neoyorquino brusco y
sarcástico, un tejano con mucho acento), los participantes tan imbéciles que
aprovechaban la más mínima ocasión para que su imbecilidad se emitiera por todo
el país, o tan despreocupados que no tenían ni idea de lo que hacían.[2]
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