Una pregunta a mansalva: Quién eres?
Uno nunca está
preparado para responderla, por timidez, por sorpresa, porque no haya nada qué
decir.
Y tiene
varios contextos:
De joven se
solía uno identificar por la familia de donde provenía. Hijo de fulanito y
zutanito y se citaban los pergaminos consabidos.
Para la
actuación de conseguir un trabajo: se mencionaban los estudios, los trabajos,
los logros, se procuraba venderse lo mejor posible.
Si de
médicos se trata se comienzan con las dolencias, las operaciones realizadas,
los síntomas y cosa curiosa, los antecedentes familiares, por aquello que lo
que se hereda no se hurta.
Si es
conversación de amigos la respuesta es simplista: soy yo. El resto se da por
sobreentendido.
Y si a
estas alturas de la vejez se le pregunta a uno, qué puede decirse? El máximo
logro es ser un sobreviviente y pensionado, no hay más qué contar. A pesar de
que cada quien tiene su propia historia, la que no se cuenta, la que debe
ocultarse, la que da simple pereza contar, porque en últimas quién es uno?
Es curioso lo poco que queda
de nuestras vidas cuando se resumen, cuando han empezado a convertirse en
historia. Un puñado de hechos, movimientos, conflictos; es todo lo que ve el
observador. Un cascarón deshabitado.[1]
A
fin de cuentas, supongo, no era tan diferente de la forma en que todos creamos
nuestras vidas con retazos, un trozo de libro por aquí, el título o el texto de
una canción por allá, reminiscencias de personas que hemos conocido, fragmentos
de películas; imaginándonos a nosotros mismos y viviendo según esa imagen, y
luego pasando a otra y luego a otra, improvisando y avanzando día tras día a
través de los años que llamamos vida.[2]
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