viernes, 17 de mayo de 2024

INSOMNIO

 

Nunca más solo que a las tres de la mañana. Despierto sin motivo, el rostro de la noche te mira fijo.

—Las tres y dieciocho.

Vale. O sea que aquella luz matinal en la ventana solo es la imaginación. Demasiada noche queda.[1]

             Al haber adelantado la hora de sueño, saliéndome de la costumbre habitual y después de haber dormido, profundamente creo, durante unas dos horas, algo me despertó y me dejó en vela sin posibilidad de volver a conciliar el sueño y con plena conciencia la imaginación se hizo cargo del cerebro. Nada de racionalidad, nada de realidad. Silencio, oscuridad, penumbras, los ingredientes necesarios para el inicio de una noche de insomnio.

             Un primer esfuerzo fue el de mantener los ojos cerrados, aunque la oscuridad externa era patente, pero de esa manera pensaba, como en otras oportunidades, obligar al sueño a retornar por su cauce natural. De nada valió. Media hora dando vueltas, ojos cerrados, intento de adormilamiento, pero al parecer estaba escrito que nada de lo que hiciera haría volver al sueño, porque ya se había despedido, ya había recargado lo suficiente y no deseaba retornar, pareciera decir.

             Nefasto momento de indecisión que puede llevar una media hora adicional para definir cómo asumir la situación.

 

            Primero el silencio, aunque si se es preciso, se trata del silencio propio de la noche, del propio de la madrugada. Porque a lo largo de la noche se presentan varios silencios, si es que se puede hablar del silencio en estricto sentido, pues siendo minucioso, no existe el silencio, salvo en las celdas de los servicios secretos que lo usan como una tortura y, pensándolo bien, el silencio absoluto dicen que es verdaderamente torturante.

             Pero sin desviarme, solo puedo hablar del silencio nocturno ese que se genera luego de acostarnos, pues antes pasa totalmente desapercibido, como el silencio de un parque al que no estamos acostumbrados a oír con su arrullo de canto de pájaros, del roce de las hojas de los árboles. En fin, es el silencio en que se hace audible el paso medianamente constante de vehículos; el del avión que en la distancia se despide de la ciudad, cuya presencia permanece hasta la media noche; el sube y baja del ascensor; los vecinos en sus actividades que se alistan al reposo.

             Luego viene el silencio de la medianoche, ya silenciado el paso de los aviones, esporádicamente el ascensor suena y el paso de vehículos se reduce igualmente, dando paso al silencio de la madrugada, ya más apacible, más tranquilo, más sosegado, el que se deja sentir en su inmensidad, porque ya ha desaparecido la intensidad de la actividad diaria. Eventualmente se oye el motor de algún vehículo trasnochado, al igual que se oye el anuncio de las puertas de acceso de algún durmiente extraviado, porque cosa curiosa, siempre hay alguien que regresa tarde, tal vez demasiado tarde. Esos sonidos se vuelven más intensos a pesar de no serlo, tanto que si es vehículo permite reconocer si se trata de un bus, un camión o simplemente de un sedán retrasado por algún fugaz amor. Se puede oír el tictac del reloj de pilas o la recarga automática de la nevera que en otros momentos pasan totalmente desapercibidos.

             Solo hay que saber escuchar y el silencio hablará de hábitos, de actividades, de costumbres y de rutinas, así como de una que otra vez de silencio total o de pasiones terrenales.

             Hasta aquí puede no haber problema, éste inicia con la oscuridad y sus sombras, cuando los ojos no pueden estar cerrados en medio de la noche, al no ser posible distinguir esas sombras o, al menos, posibles de controlar.

             Dije que en estos casos era la imaginación la que se hacía cargo del movimiento cerebral, las sombras en el silencio de la madrugada pues antes era intrascendente su presencia. Y es así porque las sombras con sus imprevistos movimientos, sus constantes cambios, invitan a los fantasmas, haciendo visible formas en donde no las hay, sensaciones que invitan más al miedo que a la reflexión. Una luz extraviada se enciende y deja ver algún tímido fulgor, un viento que choca contra la ventana produciendo movimiento, un aullido en la distancia, una queja lastimera dejándose sentir fácilmente, permiten que la imaginación se haga cargo y ya sabemos lo que pasa cuando dejamos que ella se acomode en nuestra cabeza, hacen surgir fantasmas, gnomos, demonios y de ahí hay un paso a que el miedo se imponga.

             Esto de la imaginación no es un cuento ni imaginación mía, es tan real como lo plasma una película de terror.

             Para los efectos de mi insomnio desdichado, bastó con pensar o decirme en silencio: déjese de maricadas que sombras son sombras, sonidos son sonidos y los fantasmas no existen, como las brujas, pero que las hay, las hay.

             Tal vez después de un buen rato, largo por decir lo menos, y ante tanta inercia mía notaba que el aburrimiento estaba calando y el sueño se veía cada vez más lejano. No se asomaba por ningún lado, ni siquiera entre las siniestras sombras, era invisible o se hacía el pendejo, además del cansancio propio del estar cambiando constantemente de posición y ello me llevó a la disyuntiva: coje la Tablet y se pone a jugar o se pone a leer. Opté por la segunda, a sabiendas de que siendo una buena lectura la que tenía, la ambientación podría hacer llegar al sueño. A pesar del intento tampoco funcionó, el sueño era reacio y no sabía por qué. No había causa, no había razón y me reprochaba que un pensionado no se merecía eso al no haber una razón de preocupación que alterara una rutina tan permanente. La última hora la pasé jugando y ya, tal vez por el cansancio o qué se yo, el peso de los párpados empezó a sentirse, aunque es cierto que sin fuerza ni vigor, pero algo era algo y mirando en la penumbra por última vez al reloj, ya casi cerca de las cuatro de la mañana me obligué a cerrar los ojos y adoptar posición. No sé qué predisposición hay pero entre tres y cuatro de la mañana generalmente se presenta un despertar, furtivo o definitivo, y eso he evidenciado en las diferentes películas cuando acaece. Como sea, al ser conscientes de que quedaban dos o tres horas más de sueño habitual me obligué a dormir y así, sin saber en qué momento, hube de disfrutar las horas de sueño que faltaban para despertar definitivamente.

             Y toda esta reflexión por cuenta de un insomnio que hacía mucho no tenía y me condolí de las personas que lo sufren permanentemente. 

… volvió a abrir los ojos para escapar de sus fantasmas, pero también la realidad parecía llena de ellos.[2]

Tomado de Google



[1] El ojo del grillo. James Sallis.

[2] La octava vida (para Brilka) - Nino Haratischwili.

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