Una serie
coreana de Netflix, como la del Juego del calamar que alguna vez cité como
demostración de la miseria humana. Esta, de otro contenido, pero que también
muestra otra faceta de nuestra propia hipocresía. La justicia. Siempre que oigo
la palabra viene a mí la definición de Ulpiano: Dar a cada cual lo que es
suyo. Simple y profunda definición que no requiere del saber de un abogado
para interpretarla, porque ni siquiera requiere de interpretación alguna (cuando
la ley es clara se atenderá su tenor literal, enseña algún código o con
mayor precisión: Cuando el sentido de la ley sea claro, no se desatenderá su
tenor literal a pretexto de consultar su espíritu). Del saber popular: ni se
compra ni se vende, pero al pueblo no hay que hacerle caso, piensan abogados y
corruptos, pues la ley es solo para los de ruana.
Pues bien,
el voto mortal trata de que presentando evidentes pruebas, en materia penal, se
pone al público en red para que vote si es inocente o culpable, aunque se sabe
de antemano que es culpable (a pesar de la presunción de inocencia que siempre
se ha volteado a mejor postor) y culpable a pesar de que la justicia lo haya
exonerado. Precisamente, por la inoperancia de la justicia, de su corrupción y
de su manipulación se expone al culpable para que sea el que esté en red el que
vote, democratización de la justicia, se podría decir. Si supera el cincuenta
por ciento es hombre muerto e incluye a todo tipo de criminal -violadores,
pedófilos, asesinos, corruptos y demás parte despreciable de la sociedad-.
Viendo el
programa y las pruebas presentadas creo que yo sería el primero en votar para
la eliminación del elemento, porque no hay derecho a que tales seres sigan
libres, vivitos y coleando y haciendo de las suyas. Sé de antemano que en las
redes se manipula la verdad y pueden presentarse falsedades, comúnmente, ese es
el peligro de que la inocencia caiga en sus redes y cualquiera diría dura
lex sed lex (dura es la ley, pero es la ley, aunque no sea del todo cierto).
Entonces
vienen los problemas éticos y de moral, el de justicia por propia mano y todas
las galimatías que pueden generar los filósofos y naturalmente abogados; hay
cuerda para ambos lados y se puede tensar tanto como se quiera o tanto como se
pueda comprar.
Es por eso
que no creo en la justicia ni en los jueces ni en los abogados ni en ninguna de
esa ralea porque está demostrado que la justicia se compra y se vende, a mejor
postor, a mejor amenaza, porque usted no sabe quién soy yo! Confieso que perdí
la fe en la justicia.
Y con todo
sigo pensando que se debería someter a veredicto ajeno a esa actual justicia,
en donde con seguridad y seguro de las pruebas presentadas, mi veredicto sería
de condena, sin agüero, a lo romano, puñito hacia abajo y listo, solucionado el
problema, para qué mantener esa ralea humana en prisión si, de una parte no es
regenerativa ni correctiva y de otra, los estamos manteniendo sin
contraprestación alguna, al menos se podría aprender de la historia, cogerlos a
todos y usarlos gratuitamente la mano de obra en carreteras y látigo para el
que no quiera.
A lo largo
de la serie me he visto apretando el botón de culpable y me he sentido bien, a
pesar de lo que digan ética y moral, porque no es justo, dentro de mi pobre
concepción.
He dicho.
—Una parte de mí desea sobre todo que vuelva
el civismo, Lew. Que las personas digan por favor y gracias, y se abran la
puerta unos a otros, que cedan el paso al conducir, que se traten con serenidad
y cortesía. A lo mejor es algo así como un sueño republicano, recordar algo que
nunca existió y tratar de recrearlo.(…)
—Otra parte solo quiere que todo se detenga de
una puta vez, la delincuencia, los asesinatos, y a esta parte le trae sin
cuidado cómo. Esa parte me asusta. Al cuerno el civismo, dice. Al cuerno los
derechos individuales, el procedimiento legal, la igualdad de protección ante
la ley. ¿Constitución? ¿Democracia? ¿Derechos Civiles? Bonitas ideas, tíos,
realmente bonitas. Aferraos a ellas, ¿vale? Pero por ahora guardémoslas en sus
estanterías respectivas y sigamos con la vida real, hagamos nuestro puto trabajo.
Volví a pensar en cómo, a causa de la pobreza,
la polarización y la delincuencia, nos hemos convertido en una nación sin
ciudades auténticas —solo aldeas valladas que se empujan unas a otras— y puesto
que no tenemos ciudades, puesto que nos asusta cada vez más aventurarnos y
comprometernos con el mundo, y porque en nuestros recreos tenemos juguetes como
la televisión y los ordenadores en línea, los cuales suponemos que nos
conectan, cuando en realidad nos aíslan, nos alienan y nos reducen cada vez
más, nos hemos convertido en una nación sin cultura. Sospecho, claro está, en
lo más hondo de mi corazón liberal, que todo está íntimamente relacionado. Que
la pérdida de las nociones de comunidad y cultura erosiona
el alma.
Tomado de Facebook
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El ojo del grillo. James Sallis.erosiona el alma.
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