La historia
siempre me fascinó, de Julio Cesar a Napoleón. Hoy ya no puedo repetir las
grandes hazañas; igual me ocurrió con la historia patria, mi interés por ella
llegó hasta la muerte de Bolívar.
Hoy me dio por leer la historia
de lo acontecido después de su muerte, la historia que ocurrió por estas
tierras durante los años que siguieron hasta los inicios del siglo XX. Guerras
fratricidas, revoluciones cada tiempo que interrumpían la frágil paz, las
dictaduras, los cambios permanentes de experimentos de centralismo,
federalismo, confederaciones, todo se experimentó y ninguno de ellos cuajaba
como debería ser. El culto a la personalidad fue otro fenómeno,
mis generales Mosquera, Obando, Melo, los últimos con el fin que tal vez se
merecían, por citar solo algunos. Gente preclara, claro está que la hubo, los
que intentaron sacar a flote este país. De todo hubo, siempre la lucha entre
partidos en los que imperaban sus propios intereses, no los de la nación como
debe ser. Estas diferencias o apreciaciones equivocadas nada significan,
pero revelan un sentimiento hostil que no se detiene en la falta de respeto a
la verdad; sentimiento que, si así domina a hombres eminentes, descubre cuáles
serían las pasiones de la masa del partido. No significa esta apreciación que
la otra parte de la nación, (…), estuviesen exentos de esa enfermedad, pues
viviendo en la misma atmósfera y sometidos a iguales influencias, debían estar
animados también de poca buena voluntad para sus adversarios; la hago para
mostrar en uno de sus desagradables y perniciosos aspectos esa aspereza del
espíritu de partido, que no dulcifica en nada las ideas religiosas ni la
educación ni la convicción de solidaridad entre todos los hijos de una misma
patria; aspereza que, a mi ver, es uno de los más fecundos orígenes de nuestros
males, que se muestra en todas las clases sociales, principalmente quizá en el
clero católico.
A medida que avanza mi lectura
solo puedo llegar a concluir que a pesar de que los tiempos cambian, que el
tiempo avanza, inexorablemente, parece detenido en un solo punto, porque lo
escrito parece inmutable, solo basta cambiar la época y los personajes y el
contenido es el mismo, pareciera escrito para cualquier tiempo, no sucede nada
nuevo a pesar de los siglos y con pesar de ellos, también es cierto. A esa
conclusión pude llegar, no estamos hechos para vivir en sociedad por el bien de
ella misma, son otros los intereses que le dominan y todo ello porque creo que No
hay especie más miedosa que la humana. Es el tributo que hemos de pagar por
nuestros privilegios. Como escribe Mower, «nuestra desarrollada propensión a
ser previsores y a sentir ansiedad probablemente da origen a muchas de nuestras
virtudes, pero también da razón de alguno de nuestros fallos más evidentes». La
inteligencia libera y a la vez entrampa. Nos permite anticipar lo que va a
suceder —información útil para sobrevivir—, pero puede pasarse de rosca y
provocar esas patologías de la anticipación que tan bien conocen los
psiquiatras. Vivimos entre el recuerdo y la imaginación, entre fantasmas del
pasado y fantasmas del futuro, reavivando peligros viejos e inventando amenazas
nuevas, confundiendo realidad e irrealidad, es decir, hechos un lío. Para colmo
de males, no nos basta con sentir temor, sino que reflexionamos sobre el temor
sentido, con lo que acabamos teniendo miedo al miedo, un miedo insidioso,
reduplicativo y sin fronteras.
«Sólo se debe temer al miedo», pensó (Julio Cesar).
Como dije, el culto al
personalismo, las luchas de envidia, el poder envilecido y escudado en el
bienestar del pueblo, nada de eso ha cambiado. Ni la justicia misma -que tiene
más de injusticia-, tal como se escribió hace más de cien años, tampoco ha
podido ser superada: La verdadera causa de la formación de la cuadrilla de
malhechores, fue la mala organización del procedimiento judicial que hacía
interminables los procesos criminales, como lo son aún los pleitos civiles.
Este es, sin embargo, un asunto tan difícil que ni en los países más
civilizados, Inglaterra, Francia, Estados Unidos ha podido resolverse de una
manera satisfactoria.
Un ejemplo de lo que digo respecto a que la
historia está estática es la siguiente referencia a un personaje nacional,
que bien puede ser la descripción de Stalin, de Mao, de Maduro y de tantos
otros personajes, que puede incluir también a nuestra actual presidente -así en
minúscula al no ser merecedor de la mayúscula-, palabras que igualmente fueron
escritas mucho antes de la existencia de esos mismos personajes: (…), que se jactaba mucho
de la nobleza de su origen, al propio tiempo alardeaba de profesar las ideas
más democráticas. Vanidad de nacimiento y vanidad de inteligencia: con la
primera, se adulaba á sí mismo; con la segunda, adulaba á las muchedumbres. Era
demagogo dictatorial -no demócrata republicano: lo que comprendía y amaba no
era democracia que iguala en el deber y el derecho, sino el cesarismo que
nivela en la violencia. Como si Dios hubiera querido castigar por sí mismos á
los hombres vanos, la vanidad tiene una condición: impone á los que son esclavos
de ella la triste necesidad de andar lisonjeando á los demás para obtener su
aplauso. Hay vanidades que, mirando hacia abajo y queriendo ir demasiado lejos,
se arrastran por el suelo. (…) tenía de estas vanidades. Había en él mucho del
viejo malicioso, y mucho del muchacho loco y travieso: el viejo era
desconfiado, corruptor y falaz; el muchacho tenía á las veces la franqueza del
cinismo infantil, y hacía daños por el gusto de mostrarse antojadizo, como los
pilluelos malcriados que.
rompen
á palos las vidrieras de los balcones. Y esto, casi sin conciencia de la
travesura: por el placer de asomar la cabeza por el hueco del vidrio roto, y
solicitar un aplauso de otros pilluelos testigos de la fechoría. Tenía (…) rasgos de caballero y rasgos de tunante. Lo
del caballero le venía por tradición de familia, (…) y por la vanidad de
parecer grande y generoso. Lo del tunante le venía de su naturaleza sensual, su
corazón egoísta y cruel y un larguísimo hábito de impunidad. Era muy galante
con las damas; pero en achaques de amor, bien que jamás anduvo corto, se picaba
más de ostentar seducci6n y virilidad que de buscar los placeres de origen
femenino. La buena mesa y los buenos vinos le agradaban por extremo, y sobre todo
la conversación, no por escuchar á los demás, sino por hacerse oír y escucharse
á sí mismo. Cuando el vino se le subía á la cabeza, lo que le aconteció muchísimas
veces, no solamente era locuaz, sino que le daba por cantar trozos de óperas,
hablar en pésimo italiano y mal francés, y referir sus buenas fortunas en las
campañas de Cupido. En sus conversaciones ponía de manifiesto el egoísmo de la
vanidad y la -vanidad del egoísmo. Era maldiciente, y procuraba en todo caso deprimir
á sus émulos ó rivales. Se jactaba con igual petulancia del bien y del mal que hacía;
y con la misma frialdad de corazón, en su gabinete, mandaba fusilar á
un prisionero, sin fórmula alguna, ó dar una considerable limosna á quien se
decía menesteroso. Jamás comprendió la amistad, ni tuvo verdaderos amigos; lo que él quería
tener era admiradores y hechuras suyas: hombres que le estuviesen obligados,
que le debiesen empleos, favores, posición, y que, mostrándose fieles y sumisos,
lo sirviesen de instrumentos. La amistad no era para él un sentimiento, sino un
medio de acción en su. favor; el amigo, un servidor, un utensilio.(…) tenía el espíritu
completamente desequilibrado: tenía toda la vitalidad motriz de una grande
inteligencia, y toda la obscuridad mental consiguiente á la falta de la verdadera
luz, que es la conciencia.- Era un espíritu que andaba á tientas, por falta de
luz interior; su lucidez, sin moralidad ni religiosidad, era como un reflejo de
la ajena, y tenía lo tenebroso-y frío de las nieblas. En él se veía toda la
inquietud de la tendencia generalizadora -jamás analítica ni critica-por lo que
parecía ser enciclopédico; pero corno no estudiaba cosa alguna á fondo, ni meditaba
suficientemente lo que leía, todo lo sabía á medias, llevando en el
entendimiento un caos. El cráneo de aquel enciclopedista de aparato era una
olla podrida en que se medio cocían las ideas más incoherentes. De ordinario, las
lecturas que hacía le causaban indigestiones cerebrales. Para todo le faltó método
y buen criterio: aun para ser malo, dañino y funesto.
De antemano sé que lo escrito carece de
importancia, aburridor para la mayoría, pero es una manera de dejar desbocado
ya de por sí, mi pensamiento, que se llena de desilusión al hacer estos
descubrimientos de manera tan tardía. Y sentí que debía dejarlo escrito.
Lapsus
semel, fit culpa si iterum cecideris.
[Habiendo
caído una vez, no tienes disculpa si caes dos veces] Publilius Syrus
Tomado de Facebook
162374848_211861107402981_2372375325989590131_n
Si hay algo que no
debes hacer nunca es mentir al emperador, así que es mejor callar que mentir. Circo Máximo. Santiago
Posteguillo.