viernes, 30 de agosto de 2024

INIMAGINABLE

                 Leí el siguiente párrafo que me llevó a la meditación (o si se quiere a pensamientos de viejo):

             A veces me da por pensar que a los setenta años todavía hay tiempo para cambiar de vida. El problema es que los paisajes por los que transitamos siguen siendo los mismos, y albergamos las mismas preguntas y la misma ausencia de respuestas. Al final, acabamos en lo de siempre, abrigados por la certeza de los recuerdos. Ya conocemos sus dolores, los tenemos domesticados, mientras que lo nuevo augura también nuevos sufrimientos. Nos volvemos cobardes.

Miguel no compartía esa visión de la vida según la cual lo que no se mueve se muere. No todo era una montaña rusa sin fin.

—La vida pone las cosas en su sitio. Es así de sencillo. Tal vez lo que no podemos soportar, lo que nos cabrea de verdad es que las cosas no sean como nos conviene. De nada sirve gritar, protestar, quejarse.[1]

                 Nunca pensé llegar a esta edad. No lo hacía porque en la juventud no se tienen estos pensamientos, supongo, la inmortalidad hace parte de esa misma juventud. Aunque también es cierto que en aquellas épocas llegar a los setenta no era lo corriente, si ya de por sí a los cincuenta se era visto como un viejo, viejo; pensar en los sesenta y setenta años de vida, además de impensable, era porque se era anciano, anciano.

                 Suponía, supongo, que no vería esta década, tal como ahora pienso que no veré el año 2040, que aunque lejano ya se aproxima a pasos agigantados, aún a mi pesar. Y si lo hubiera supuesto, me habría visto como un viejo, viejo, de lento andar, pensamiento elevado (no por inteligencia sino por dispersión u olvido), quejumbroso, achacado (viejo, flaco, ojeroso, cansado y sin ilusiones, canta Oscar Athie -nadie sabe quién era pero todos la cantamos en su momento, se llamaba Fotografía la canción-) y míreme acá, nada de eso, aunque de pronto sí más cansado y sin ilusiones… puede ser.

                 Son cosas que uno no piensa, pero que pasan, carajo, me digo, son cosas que verdaderamente pasan, no estoy tan viejo, por lo que veo. Ese es mi consuelo. 

La música se desvaneció sin que yo me diera cuenta, lo mismo que mis pensamientos y mis preguntas sin respuesta. Algunas de mis certezas ya se habían disipado hacía un rato.[2]

Tomado de Facebook
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[1] Por encima de la lluvia. Víctor del Árbol Romero.

[2] Gianrico Carofiglio. Dudas razonables.


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