lunes, 2 de septiembre de 2024

FRASES QUE INVITAN A LA REFLEXIÓN

                 Al parecer no me conformo con mis propias palabras, me gusta pensar que otros son más inteligentes que yo, al haber escrito frases que invitan a la reflexión. O que también nos ponen en evidencia sobre temas que no queremos, que nos negamos o que no deseamos pensar, pero que son lo que son por más que las ignoremos o que deseamos ignorar, hay realidades inevitables.

                 Pensemos en la justicia, por llenar espacio, me digo:

 … en un país civilizado, quien es acusado de algo no tiene que demostrar nada. Déjenme insistir en este concepto: el acusado no tiene que demostrar nada. Es la acusación la que tiene que demostrar, más allá de cualquier duda razonable, la culpabilidad del acusado[1]. Sin embargo, en la práctica es todo lo contrario, somos culpables mientras no demostremos la inocencia, a pesar de lo que diga la Constitución y las leyes.

 —¿Qué decía aquella canción de De Gregory? Buscabas justicia, te encontraste con la ley[2]. Para nuestra desgracia, sobre todo cuando ésta es irracional.

 Pero es que usted no lo entiende. Yo soy inocente. Yo no…

—No, usted es quien no lo entiende. Que sea inocente o no carece de importancia en este asunto. Lo que importa es que podamos demostrarlo o rebatirlo ante un tribunal.[3] Para eso se inventaron los abogados, para nuestra propia desgracia.

 Existen normas y a nadie hay que darle un premio por cumplirlas.[4] Esta sí me puso a pensar y mucho. Porque veo los tales principios de oportunidad, las rebajas por confesar el crimen son premios que se dan a quienes no lo merecen, por el contrario deberían clavarlos aún más… (dejo así porque se me sale más la mala leche que me acompaña cuando me acaloro al ver tanta estupidez).

 

Y será que todo se reduce a percepciones? A diferencia de lo que ocurre en los otros tribunales, sobre todo en los tribunales superiores, en el Supremo se tiene la impresión de que el mundo está ordenado y de que la justicia funciona. Se trata sólo de una mera impresión porque el mundo no está ordenado y la justicia no funciona. Pero es una bonita impresión[5].

                 Y con todo: Me sentí triste y viejo. Me sentí como alguien que se dedica a ver pasar el tiempo; como alguien que contempla cómo cambian los demás, bien o mal, se hacen mayores, se van. Toman decisiones. Mientras ese alguien se queda siempre en el mismo sitio, haciendo las mismas cosas, dejando que el azar decida por él. Alguien que contempla pasar la vida[6]. Tal vez porque suscitan una enorme añoranza, pero ¿de qué? Sigo sin saberlo[7].

                 Entonces Miraba hacia la acera cuando pasó un tipo de piel clara con una camiseta que ponía, tanto por delante como por detrás, «todos somos extranjeros ilegales»[8]. Qué tan cierto puede resultar.

                 Y pensando en las calles y las opiniones vine a tener claro que siempre resulta la incordia en ellas: Es un lugar limpio, ordenado, eficiente y siempre abierto. En una ciudad donde la mayoría de la gente tiene algo malo que decir sobre casi cualquier cosa[9]. Y tantas veces que nos ha pasado y nada qué hacer: Éramos los primeros de la fila! ¡Y los que llegaron detrás de nosotros ya están comiendo![10]     

 Esos somos los humanos. Como escribió Gracián: «Visto un león están vistos todos y vista una oveja todas, pero visto un hombre, no está visto sino uno, y aun ese no bien conocido»[11]. 

Si el ser humano causa tanto dolor, ¿qué derecho tiene a quejarse cuando sufre? Romain Rolland.[12] 

Tomada de Facebook
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[1] Gianrico Carofiglio. Dudas razonables.

[2] Gianrico Carofiglio. Dudas razonables.

[3] El quinto testigo. Michael Connelly.

[4] Por encima de la lluvia. Víctor del Árbol Romero.

[5] Las perfecciones provisionales. Gianrico Carofiglio.

[6] Con los ojos cerrados. Gianrico Carofiglio.

[7] La matanza de los gitanos. Ken Bruen.

[8] El regreso de Driver. James Sallis.

[9] La matanza de los gitanos. Ken Bruen.

[10] Cita de Vladímir Vysotski La octava vida (para Brilka) - Nino Haratischwili.

[11] Ética para náufragos. José Antonio Marina.

[12] La octava vida (para Brilka) - Nino Haratischwili.


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