lunes, 16 de septiembre de 2024

CANTINFLADAS

                 Ya no estoy para sutilezas, sé la existencia de la diferencia entre moral y ética, pero abreviemos y digamos -como algunos sostienen, supongo- que al final es lo mismo. Dejemos que juristas y filósofos sigan discutiéndolo al no tener más cosas en qué ocuparse, tan solo en las nimiedades de los términos, al mejor estilo de los viejos concilios.

                 Pero bueno, entrando en el cuento, la cuestión es que a lo largo de los siglos, creo haberlo dicho en alguna lejana oportunidad, ética y moral se han venido corrigiendo en materia limítrofe a gusto de época y consumidor. Su constancia ha sido escasa, cada época las ha estirado o las ha aflojado a necesidad.

                 Y me sentí cantinflesco, como alocución presidencial distractora que hace unos días hizo el honorable presidente que nos cargamos, la cual no vi por no soportarlo decir tanta estupidez, dentro de su paranoia.

                 A qué viene entonces el cuento, me preguntaba ahora, si era que tenía claro el tema en el que me ensartaba pero por embelecos de la pluma y del pensamiento todo giraba sin centrarse en la idea o al menos en la discusión.

                 Noté que todo se salía de mis manos, por alguna alusión que sin imagen se distorsionaba, se tergiversaba; por interpretación se desdoblaba; por inquina, alguien se decía: es que éste no podrá centrarse? Es que no es posible que concrete? (Recordaba los comités a los que antaño me invitaban).

 

                Y ese alguien, que era yo mismo, me daba cuenta de que todo se volatilizaba, se evaporaba, se refundía, se confundía y en últimas me dijo (me dije): Qué carajos, ya ni para escribir sirvo. La bobada del señor presidente se me pegó. 

Durante todo el rato no había dicho nada. Ni yo tampoco. Incluso después permanecimos los dos sin hablar durante un tiempo indefinido. Y, tal vez por primera vez en mi vida, no me encontraba incómodo en el silencio. No sentía la ansiedad de rellenarlo, de cualquier modo, con mi voz o cualquier otro ruido. Tenía la impresión de intuir su urdimbre delicada, móvil. La música, pensé en aquel momento.[1]

Tomada de Google
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[1] Testigo Involuntario. Gianrico Carofiglio.


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