miércoles, 28 de agosto de 2024

HISTORIA

             La historia siempre me fascinó, de Julio Cesar a Napoleón. Hoy ya no puedo repetir las grandes hazañas; igual me ocurrió con la historia patria, mi interés por ella llegó hasta la muerte de Bolívar.

 Hoy me dio por leer la historia[1] de lo acontecido después de su muerte, la historia que ocurrió por estas tierras durante los años que siguieron hasta los inicios del siglo XX. Guerras fratricidas, revoluciones cada tiempo que interrumpían la frágil paz, las dictaduras, los cambios permanentes de experimentos de centralismo, federalismo, confederaciones, todo se experimentó y ninguno de ellos cuajaba como debería ser. El culto a la personalidad fue otro fenómeno[2], mis generales Mosquera, Obando, Melo, los últimos con el fin que tal vez se merecían, por citar solo algunos. Gente preclara, claro está que la hubo, los que intentaron sacar a flote este país. De todo hubo, siempre la lucha entre partidos en los que imperaban sus propios intereses, no los de la nación como debe ser. Estas diferencias o apreciaciones equivocadas nada significan, pero revelan un sentimiento hostil que no se detiene en la falta de respeto a la verdad; sentimiento que, si así domina a hombres eminentes, descubre cuáles serían las pasiones de la masa del partido. No significa esta apreciación que la otra parte de la nación, (…), estuviesen exentos de esa enfermedad, pues viviendo en la misma atmósfera y sometidos a iguales influencias, debían estar animados también de poca buena voluntad para sus adversarios; la hago para mostrar en uno de sus desagradables y perniciosos aspectos esa aspereza del espíritu de partido, que no dulcifica en nada las ideas religiosas ni la educación ni la convicción de solidaridad entre todos los hijos de una misma patria; aspereza que, a mi ver, es uno de los más fecundos orígenes de nuestros males, que se muestra en todas las clases sociales, principalmente quizá en el clero católico[3]

                 A medida que avanza mi lectura solo puedo llegar a concluir que a pesar de que los tiempos cambian, que el tiempo avanza, inexorablemente, parece detenido en un solo punto, porque lo escrito parece inmutable, solo basta cambiar la época y los personajes y el contenido es el mismo, pareciera escrito para cualquier tiempo, no sucede nada nuevo a pesar de los siglos y con pesar de ellos, también es cierto. A esa conclusión pude llegar, no estamos hechos para vivir en sociedad por el bien de ella misma, son otros los intereses que le dominan y todo ello porque creo que No hay especie más miedosa que la humana. Es el tributo que hemos de pagar por nuestros privilegios. Como escribe Mower, «nuestra desarrollada propensión a ser previsores y a sentir ansiedad probablemente da origen a muchas de nuestras virtudes, pero también da razón de alguno de nuestros fallos más evidentes». La inteligencia libera y a la vez entrampa. Nos permite anticipar lo que va a suceder —información útil para sobrevivir—, pero puede pasarse de rosca y provocar esas patologías de la anticipación que tan bien conocen los psiquiatras. Vivimos entre el recuerdo y la imaginación, entre fantasmas del pasado y fantasmas del futuro, reavivando peligros viejos e inventando amenazas nuevas, confundiendo realidad e irrealidad, es decir, hechos un lío. Para colmo de males, no nos basta con sentir temor, sino que reflexionamos sobre el temor sentido, con lo que acabamos teniendo miedo al miedo, un miedo insidioso, reduplicativo y sin fronteras[4]. «Sólo se debe temer al miedo», pensó (Julio Cesar)[5].

                 Como dije, el culto al personalismo, las luchas de envidia, el poder envilecido y escudado en el bienestar del pueblo, nada de eso ha cambiado. Ni la justicia misma -que tiene más de injusticia-, tal como se escribió hace más de cien años, tampoco ha podido ser superada: La verdadera causa de la formación de la cuadrilla de malhechores, fue la mala organización del procedimiento judicial que hacía interminables los procesos criminales, como lo son aún los pleitos civiles. Este es, sin embargo, un asunto tan difícil que ni en los países más civilizados, Inglaterra, Francia, Estados Unidos ha podido resolverse de una manera satisfactoria[6].

 Un ejemplo de lo que digo respecto a que la historia está estática es la siguiente referencia a un personaje nacional[7], que bien puede ser la descripción de Stalin, de Mao, de Maduro y de tantos otros personajes, que puede incluir también a nuestra actual presidente -así en minúscula al no ser merecedor de la mayúscula-, palabras que igualmente fueron escritas mucho antes de la existencia de esos mismos personajes: (…), que se jactaba mucho de la nobleza de su origen, al propio tiempo alardeaba de profesar las ideas más democráticas. Vanidad de nacimiento y vanidad de inteligencia: con la primera, se adulaba á sí mismo; con la segunda, adulaba á las muchedumbres. Era demagogo dictatorial -no demócrata republicano: lo que comprendía y amaba no era democracia que iguala en el deber y el derecho, sino el cesarismo que nivela en la violencia. Como si Dios hubiera querido castigar por sí mismos á los hombres vanos, la vanidad tiene una condición: impone á los que son esclavos de ella la triste necesidad de andar lisonjeando á los demás para obtener su aplauso. Hay vanidades que, mirando hacia abajo y queriendo ir demasiado lejos, se arrastran por el suelo. (…) tenía de estas vanidades. Había en él mucho del viejo malicioso, y mucho del muchacho loco y travieso: el viejo era desconfiado, corruptor y falaz; el muchacho tenía á las veces la franqueza del cinismo infantil, y hacía daños por el gusto de mostrarse antojadizo, como los pilluelos malcriados que. rompen á palos las vidrieras de los balcones. Y esto, casi sin conciencia de la travesura: por el placer de asomar la cabeza por el hueco del vidrio roto, y solicitar un aplauso de otros pilluelos testigos de la fechoría. Tenía (…)  rasgos de caballero y rasgos de tunante. Lo del caballero le venía por tradición de familia, (…) y por la vanidad de parecer grande y generoso. Lo del tunante le venía de su naturaleza sensual, su corazón egoísta y cruel y un larguísimo hábito de impunidad. Era muy galante con las damas; pero en achaques de amor, bien que jamás anduvo corto, se picaba más de ostentar seducci6n y virilidad que de buscar los placeres de origen femenino. La buena mesa y los buenos vinos le agradaban por extremo, y sobre todo la conversación, no por escuchar á los demás, sino por hacerse oír y escucharse á sí mismo. Cuando el vino se le subía á la cabeza, lo que le aconteció muchísimas veces, no solamente era locuaz, sino que le daba por cantar trozos de óperas, hablar en pésimo italiano y mal francés, y referir sus buenas fortunas en las campañas de Cupido. En sus conversaciones ponía de manifiesto el egoísmo de la vanidad y la -vanidad del egoísmo. Era maldiciente, y procuraba en todo caso deprimir á sus émulos ó rivales. Se jactaba con igual petulancia del bien y del mal que hacía; y con la misma frialdad de corazón, en su gabinete, mandaba fusilar á un prisionero, sin fórmula alguna, ó dar una considerable limosna á quien se decía menesteroso. Jamás comprendió la amistad, ni tuvo verdaderos amigos; lo que él quería tener era admiradores y hechuras suyas: hombres que le estuviesen obligados, que le debiesen empleos, favores, posición, y que, mostrándose fieles y sumisos, lo sirviesen de instrumentos. La amistad no era para él un sentimiento, sino un medio de acción en su. favor; el amigo, un servidor, un utensilio.(…) tenía el espíritu completamente desequilibrado: tenía toda la vitalidad motriz de una grande inteligencia, y toda la obscuridad mental consiguiente á la falta de la verdadera luz, que es la conciencia.- Era un espíritu que andaba á tientas, por falta de luz interior; su lucidez, sin moralidad ni religiosidad, era como un reflejo de la ajena, y tenía lo tenebroso-y frío de las nieblas. En él se veía toda la inquietud de la tendencia generalizadora -jamás analítica ni critica-por lo que parecía ser enciclopédico; pero corno no estudiaba cosa alguna á fondo, ni meditaba suficientemente lo que leía, todo lo sabía á medias, llevando en el entendimiento un caos. El cráneo de aquel enciclopedista de aparato era una olla podrida en que se medio cocían las ideas más incoherentes. De ordinario, las lecturas que hacía le causaban indigestiones cerebrales. Para todo le faltó método y buen criterio: aun para ser malo, dañino y funesto[8].

 De antemano sé que lo escrito carece de importancia, aburridor para la mayoría, pero es una manera de dejar desbocado ya de por sí, mi pensamiento, que se llena de desilusión al hacer estos descubrimientos de manera tan tardía. Y sentí que debía dejarlo escrito. 

Lapsus semel, fit culpa si iterum cecideris.

[Habiendo caído una vez, no tienes disculpa si caes dos veces] Publilius Syrus[9]

Tomado de Facebook
162374848_211861107402981_2372375325989590131_n


[1] Entre ellas unas Lecciones de historia de Soledad Samper, quién lo hubiera dicho, una mujer muy adelantada para su época y muy bien escrita.

[2] Si hay algo que no debes hacer nunca es mentir al emperador, así que es mejor callar que mentir. Circo Máximo. Santiago Posteguillo.

[3] Memorias. Salvador Camacho Roldán.

[4] Anatomía del miedo. José Antonio Marina.

[5] Circo Máximo. Santiago Posteguillo.

[6] Memorias. Salvador Camacho Roldán.

[7] Se refiere al General Tomás de Cipriano Mosquera en palabras de José María Samper.

[8] Mosquera. José María Samper.

[9] Circo Máximo. Santiago Posteguillo.


1 comentario:

  1. Inteligentísimo lo de las indigestiones cerebrales. Yo también hubiera querido escribir de eso. Mientras, seguí escribiendo

    ResponderBorrar