No sabía que la antigua cárcel de Alcatraz fuera un
museo. Eso me llevó a pensar en las viejas cárceles de la Stassi, de los nazis
y de los otros de igual ralea, por no hablar de las de mi pueblo.
Cárceles que resumen humedad, mala iluminación, grises
deprimentes de pared y si acaso un ventanuco que no deja pasar ni un aire de
mediana pureza, por no decir de luz. Que en sus pardes guardan sollozos,
torturas, dolor. Y todo esto catalogado como museos y, por ende, hay que pagar
para deprimirse y sacarse la correspondiente selfi.
Eso me llevó a preguntarme y qué es un museo? Mi eterno
acompañante Wikipedia me dijo que era un lugar al servicio de la sociedad,
que investiga, colecciona, conserva, interpreta y exhibe el patrimonio material
e inmaterial (santuario de musas, agregaría)… ofreciendo experiencia
para la educación, el disfrute, la reflexión y el intercambio de conocimientos.
Y de acuerdo a mi ironía, Alcatraz y demás prisiones no
entrarían dentro de la definición, al menos la tradicional, según lo veo.
Y lo mejor del caso es que los turistas van guiados por
el morbo que el asunto les merece. Ver la celda donde estaba Al Capone es lo
mismo que ver la celda donde se inspiraba Santa Teresa, aunque más de uno se
escandalice con la comparación. Cuatro paredes frías, con lúgubre luz,
ventanuco incluido y adicionalmente pagar para ver ese espectáculo? Creo que se
necesita una buena dosis de morbo para ir a esos lugares. Y a eso la modernidad
le llama museo. Que perdonen mi ignorancia pero a eso no lo considero museo si
me atengo a la definición clásica y menos pagando. Aunque claro está, cada uno
es libre de gastar la plata en bobadas para poder dejar salir sutilmente su
propio morbo.
Habrá más de uno que dirá que es parte de la historia, de
esa que no se puede olvidar, pero con esa pendejada, mandada a recoger, la
depresión dura lo que dura el tour porque nada más salir, el pensamiento se
envía al olvido, como todo lo que no nos es grato en este mundo.
He dicho!
Desde
siempre, en todos los desastres que no han aniquilado una civilización, un
continente, un país, un tipo de instituciones, los hombres se consuelan
pensando que, por lo menos, en el fondo del abismo, habrán aprendido una
lección de su desgracia. Se liberarán para siempre, creen ellos, de los errores
que la causaron y construirán una sociedad regenerada. Esta esperanza de
rebotar hacia un mundo mejor supone que los hombres son capaces de extraer
enseñanzas de sus experiencias, pero casi siempre es una ilusión. Después de la
guerra de 1914-1918, los europeos pensaron que al menos el horror de la
carnicería conduciría a la supresión definitiva de la guerra. La que acababan
de vivir, por su propia atrocidad, debía ser la última, estaban seguros de
ello. Las perfidias de la historia ridiculizaron semejante ingenuidad.
Tomado de Google
Memorias. El ladrón en la casa vacía. Jean-François
Revel.
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