Siempre había tenido mis dudas con los premios Nobel e
igualmente mis reservas, al notar que en los últimos años los premios,
particularmente los de paz y de literatura, no obedecían propiamente a un
humanismo merecedor, sino que jugaban fuerzas ajenas, políticas y económicas,
que dejaban alguna duda de transparencia.
Y vaya curiosidad con la que me encontré, al parecer
tenía razón:
El
Salvatore que acababa de entrar era Salvatore Quasimodo. A decir verdad, de
entre su producción poética me gustaban más las traducciones de las Églogas de
Virgilio, derroche de gracia y perfección, que sus obras personales. «Dentro de
un año —le dijo Quasimodo a Silvio— me tratarás mejor porque me habrán dado el
premio Nobel». «Caramba —dije yo—, ¿en qué cálculo se basa para estar tan
seguro?». «Muy sencillo —explicó—. Después del escándalo Pasternak (el escritor
ruso inconformista a quien las autoridades soviéticas habían obligado en 1958 a
renunciar al premio porque no formaba parte de la nomenklatura de los
plumíferos oficiales del partido) los cobardes de la academia sueca, temerosos
de que pudiera suponerse que habían recompensado a Pasternak por anticomunista,
se sentirán obligados a dar un premio a un comunista. Por otro lado, está claro
que esta vez le toca a Italia. Ya era hora, porque el último escritor italiano
galardonado fue Pirandello en 1934. La equidad impondrá a un italiano. Por
último, desde la guerra los poetas están vergonzosamente ausentes en la lista
de los laureados; dos de quince, creo: T. S. Eliot y Juan Ramón Jiménez. Sin
contar a la pánfila de Gabriela Mistral, la chilena, falsa poeta que birló el
premio creo que en 1945 —masculló el maestro con galante desprecio—. Deduzcan
ustedes mismos: el siguiente premiado será seguramente italiano, poeta y
comunista. Y hoy día yo soy el único individuo en el mundo que cumple esas tres
condiciones. Y veterano: tengo el carné del PCI desde 1945».
Dos
horas después Silvio y yo, en la Trattoria degli Orti Oricellari, después de un
abundante fritto misto all’italiana fuimos recompensados por nuestras
felicitaciones anticipadas y por haber lisonjeado su vanidad durante todo el
almuerzo, pues empezó a gastar su futura fortuna pagando con ademán magnánimo
la respetable cuenta, que solíamos repartirnos. Antes de separarnos Loffredo y
yo nos reímos de nuestra hazaña, haber conseguido a base de adulaciones que el
poeta revelara una desconocida faceta rumbosa. De haber adivinado el futuro
hubiéramos pedido platos y vinos más caros, ¡porque el muy granuja ganó al año
siguiente el premio Nobel de Literatura!
Lo que uno aprende, lo que uno se encuentra y ratifica
que no todo lo que se muestra es transparente.
—Querida —explicó
Bella, apoyando la mano en la rodilla de Sara—, el simple hecho de estar en el
gallinero no te convierte en gallina.
Tomado de Facebook
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