lunes, 26 de mayo de 2025

PREDECIBLES?

            Siempre había tenido mis dudas con los premios Nobel e igualmente mis reservas, al notar que en los últimos años los premios, particularmente los de paz y de literatura, no obedecían propiamente a un humanismo merecedor, sino que jugaban fuerzas ajenas, políticas y económicas, que dejaban alguna duda de transparencia.

             Y vaya curiosidad con la que me encontré, al parecer tenía razón:

 El Salvatore que acababa de entrar era Salvatore Quasimodo. A decir verdad, de entre su producción poética me gustaban más las traducciones de las Églogas de Virgilio, derroche de gracia y perfección, que sus obras personales. «Dentro de un año —le dijo Quasimodo a Silvio— me tratarás mejor porque me habrán dado el premio Nobel». «Caramba —dije yo—, ¿en qué cálculo se basa para estar tan seguro?». «Muy sencillo —explicó—. Después del escándalo Pasternak (el escritor ruso inconformista a quien las autoridades soviéticas habían obligado en 1958 a renunciar al premio porque no formaba parte de la nomenklatura de los plumíferos oficiales del partido) los cobardes de la academia sueca, temerosos de que pudiera suponerse que habían recompensado a Pasternak por anticomunista, se sentirán obligados a dar un premio a un comunista. Por otro lado, está claro que esta vez le toca a Italia. Ya era hora, porque el último escritor italiano galardonado fue Pirandello en 1934. La equidad impondrá a un italiano. Por último, desde la guerra los poetas están vergonzosamente ausentes en la lista de los laureados; dos de quince, creo: T. S. Eliot y Juan Ramón Jiménez. Sin contar a la pánfila de Gabriela Mistral, la chilena, falsa poeta que birló el premio creo que en 1945 —masculló el maestro con galante desprecio—. Deduzcan ustedes mismos: el siguiente premiado será seguramente italiano, poeta y comunista. Y hoy día yo soy el único individuo en el mundo que cumple esas tres condiciones. Y veterano: tengo el carné del PCI desde 1945».

Dos horas después Silvio y yo, en la Trattoria degli Orti Oricellari, después de un abundante fritto misto all’italiana fuimos recompensados por nuestras felicitaciones anticipadas y por haber lisonjeado su vanidad durante todo el almuerzo, pues empezó a gastar su futura fortuna pagando con ademán magnánimo la respetable cuenta, que solíamos repartirnos. Antes de separarnos Loffredo y yo nos reímos de nuestra hazaña, haber conseguido a base de adulaciones que el poeta revelara una desconocida faceta rumbosa. De haber adivinado el futuro hubiéramos pedido platos y vinos más caros, ¡porque el muy granuja ganó al año siguiente el premio Nobel de Literatura![1]

             Lo que uno aprende, lo que uno se encuentra y ratifica que no todo lo que se muestra es transparente. 

—Querida —explicó Bella, apoyando la mano en la rodilla de Sara—, el simple hecho de estar en el gallinero no te convierte en gallina.[2]

Tomado de Facebook
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[1] Memorias. El ladrón en la casa vacía. Jean-François Revel.

[2] Perseguidas. Karin Slaughter.


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