Un asunto que me rondaba, desde hace ya algún tiempo pero
que no tenía la claridad de poder expresar me llegó iluminado en palabras
ajenas que atinaron y resumieron en un solo párrafo.
Todos
llegan tarde o temprano a un momento de su vida en que de pronto se percatan de
que «el mañana ha llegado». Salvo catástrofe, guerra, revolución, accidente
grave, crisis devastadora o locura irreparable, una mañana se levantan y saben
que ya no habrá nada importante que modifique la arquitectura general de un
destino cuyas líneas maestras están trazadas, sin marcha atrás y sin
posibilidad de añadir nada que sea esencial. Hasta una edad más o menos alejada
del nacimiento o la muerte, según los individuos y su modo de organizar o
desorganizar sus «etapas en el camino de la vida», como dice Kierkegaard, o
según el peso de sus obligaciones y necesidades, un ser humano puede tener la
sensación de poder cambiar las bases mismas de su existencia, de poder dar una
orientación nueva a su trayectoria. Desde el momento en que esta libertad
desaparece, llega el último mañana y se convierte en un hoy, y ya no hay
regeneración posible que extraiga un hombre nuevo del viejo.
Supongo que ese mañana llega al
pensionarse, al menos en mi caso, supongo a pesar de no tenerlo muy claro pues
ese momento pudo ser antes de ello, pero no es el centro del tema.
Cuando llega el mañana, cuando se
hace patente y se toma conciencia de ello, efectivamente ya no hay otro mañana,
no hay otro distinto del hoy, porque ya no hay oportunidad de hacer cosas que
no se pudieron hacer en su momento, al ser ya tarde para ello. Naturalmente hay
otras que sí pueden hacerse ya con más libertad aunque con limitaciones. La
fortuna que se quiso hacer ya no se puede, aunque los viajes que quisieran
hacerse, ya se pueden, sutil diferencia, pues saben que ya no habrá nada
importante que modifique la arquitectura general de un destino cuyas líneas
maestras están trazadas, sin marcha atrás y sin posibilidad de añadir nada que
sea esencial.
Por eso tengo claro que mi mañana
ya me llegó, no puedo hacer mayores modificaciones de vida, pero puedo
acomodarme a lo que me corresponde.
Ya lo enseñaban los estoicos: el papel que nos
atribuye el Destino no depende de nosotros. Lo único que depende de nosotros es
representarlo bien o mal.
Tomado de Google
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