miércoles, 28 de mayo de 2025

EN EL CLAVO

             Un asunto que me rondaba, desde hace ya algún tiempo pero que no tenía la claridad de poder expresar me llegó iluminado en palabras ajenas que atinaron y resumieron en un solo párrafo[1].

 Todos llegan tarde o temprano a un momento de su vida en que de pronto se percatan de que «el mañana ha llegado». Salvo catástrofe, guerra, revolución, accidente grave, crisis devastadora o locura irreparable, una mañana se levantan y saben que ya no habrá nada importante que modifique la arquitectura general de un destino cuyas líneas maestras están trazadas, sin marcha atrás y sin posibilidad de añadir nada que sea esencial. Hasta una edad más o menos alejada del nacimiento o la muerte, según los individuos y su modo de organizar o desorganizar sus «etapas en el camino de la vida», como dice Kierkegaard, o según el peso de sus obligaciones y necesidades, un ser humano puede tener la sensación de poder cambiar las bases mismas de su existencia, de poder dar una orientación nueva a su trayectoria. Desde el momento en que esta libertad desaparece, llega el último mañana y se convierte en un hoy, y ya no hay regeneración posible que extraiga un hombre nuevo del viejo.

                Supongo que ese mañana llega al pensionarse, al menos en mi caso, supongo a pesar de no tenerlo muy claro pues ese momento pudo ser antes de ello, pero no es el centro del tema.

                Cuando llega el mañana, cuando se hace patente y se toma conciencia de ello, efectivamente ya no hay otro mañana, no hay otro distinto del hoy, porque ya no hay oportunidad de hacer cosas que no se pudieron hacer en su momento, al ser ya tarde para ello. Naturalmente hay otras que sí pueden hacerse ya con más libertad aunque con limitaciones. La fortuna que se quiso hacer ya no se puede, aunque los viajes que quisieran hacerse, ya se pueden, sutil diferencia, pues saben que ya no habrá nada importante que modifique la arquitectura general de un destino cuyas líneas maestras están trazadas, sin marcha atrás y sin posibilidad de añadir nada que sea esencial.

                Por eso tengo claro que mi mañana ya me llegó, no puedo hacer mayores modificaciones de vida, pero puedo acomodarme a lo que me corresponde. 

Ya lo enseñaban los estoicos: el papel que nos atribuye el Destino no depende de nosotros. Lo único que depende de nosotros es representarlo bien o mal.[2]

Tomado de Google
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[1] Memorias. El ladrón en la casa vacía. Jean-François Revel.

[2] Memorias. El ladrón en la casa vacía. Jean-François Revel.


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