Me habitué cuando voy de caminata solitaria, a hacer
colas en bancos o a que me entreguen drogas a irme con el Spotify oyendo
conversaciones ajenas, particularmente las del BBVA.
Se aprende de todo el mundo, hasta de algún rapero que le
oí hablar, de gente común y particularmente de científicos. Oyéndoles vi lo
ignorante que soy, preciándome antaño de ser medianamente culto. Vi en mí el
exceso de ignorancia y cada día, con los olvidos recurrentes, se hace más
evidente mi propia ignorancia, creyéndome algo culto y pensé en el resto de
mundo que no se cree algo culto. Solo vi ignorancia.
La ventaja es que hay, en contraposición, más
investigadores en todos los campos habidos y por haber, aunque sean los pocos
viendo la dimensión de la población mundial.
Y lo más curioso es ver que además de ignorante resultaba
atrevido. Estoy lleno de mitos urbanos que dentro de mi inocencia los creía,
sin mayor cuestionamiento, supongo que así se sentirían los congéneres de
Galileo, aunque no evidenciaban la ignorancia que les asistía. No menciono
ejemplos de mitos que he visto derrumbar ante la evidencia, porque lo más
seguro es que al escribirlos terminara tergiversándolos, cosa propia del
ignorante que cree en mitos.
Y eso que en mis tiempos no había tanto descubrimiento
como lo hay hoy, en todos los campos, en todas las actividades. Hoy me siento
más ignorante de lo que creía ayer y sobre todo al escuchar a neurocientíficos
y la cuestión es que como el avance actual es tan rápido mi ignorancia se agranda
cada día más y difícilmente podré alcanzar la sabiduría, ni siquiera podré
llegar al límite que debe existir entre ignorancia y sabiduría, estoy años luz
de lograrlo.
Lástima, me hubiera gustado saber más, pero me toca
conformarme con mi propia ignorancia.
Tomado de Facebook
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