miércoles, 10 de mayo de 2017

TRANSITO



Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano (1)

Con tílde o sin ella, el título lleva a la reflexión.

En alguna oportunidad me preguntaron o más bien afirmaron en forma de pregunta: No es verdá que yo manejo bien? Me hicieron la pregunta mientras se miraba en el espejo y se maquillaba. La pregunta fue hecha sin vergüenza alguna, con desparpajo diría yo. En aquella época era amigo de los eufemismos, me limité a una sonrisa que bien podía interpretarse como aquiescente, aunque en la intimidad fuera burlona, despreciativa.

Un paréntesis relacionado con la forma en que he escrito ese párrafo, escrito con eufemismo, si lo llegaron a notar. Me hicieron, me preguntaron, afirmaron –plurales- mientras se miraba –singular- y se maquillaba –singular y para precisión femenino-. Soy consciente de tal redacción que de antemano quiero dejar sentado que es parte de la forma como nos –usté y yo, incluyente en singular y en plural- hemos acostumbrado ante la imposibilidad social de dejarse de eufemismos. También he observado que muchas veces utilizo una palabra que resulta repetitiva pudiéndola cambiar por sinónimos, por artículos, pero prefiero darle la connotación que a mi modo de ver explica y da fuerza a la misma idea, reiterativas para reforzar el sentido, dirán los entendidos. Cierro paréntesis. Aunque aclaro que el paréntesis realizado no fue en aras de disculpa sino aclaratorio, porque no puedo disculparme sobre la forma como escribo o como pienso, esos son mis problemas, entendidos no como dificultades, sino como mis responsabilidades. Para cerrar definitivamente este paréntesis mental, lo hice sólo para demostrar cómo es posible el juego de palabras, aunque éstas no digan nada.

Retomo el tema. Me consideré buen conductor, en algunas decisiones me descachaba –he de reconocer- y tratándose de parqueo en reversa, a eso sí le tenía jartera. Como procuraba respetar, eso mismo esperaba del prójimo y cuando se portaban gamines, se me salía el camionero que siempre he llevado conmigo, lo confieso sin rubor alguno. Con todo, aprendí ciertas reglas, no sé si legales o impuestas por la costumbre pero muy generalizadas y respetadas en la época, tales como el que va subiendo lleva la vía; para pasar a otro carril se requería la venia del que venía en ella, previa y oportuna luz direccional; conservar siempre la derecha y así algunas más que ya mi memoria no recuerda de inmediato.

Hoy veo con asombro que el arte de manejar es tan caótico como la manejada misma. Todos se creen con el derecho a: a adelantar, a echar reversa sin mirar, a cruzarse, a hacer tantas barbaridades que dentro de mi sentido común no lo encuentro ni aceptable ni razonable, tal vez porque estoy viejo y pienso como viejo, tal vez.

Debería hacerse un pare mental. Volver a pensar que el que sube lleva la vía, porque está haciendo un esfuerzo mayor y es más difícil para él echar reversa; que siempre se ha de conservar la derecha, aún para caminar, también para llevar la mascota; que uno no es el dueño de la vía, que todo parte del respeto. Que cuando en un sentido hay más de una calzada, el de la derecha puede ir despacio, pero no debe ir en los carriles de la izquierda, porque esos son para quienes van rápido, dentro de los límites permitidos.

Y viendo televisión y observando en las carreteras, se ha impuesto que cuando un camión va delante de uno y no es posible el adelantamiento por razones de carriles, cuando el camionero (de aquellos experimentados y grandotes, naturalmente aclaro) le pone la direccional izquierda le está indicando que puede pasar con seguridad y una vez uno pasa, el agradecimiento es poner por unos instantes la luz de parqueo. Entendí que ya es regla internacional. Aclaro también que no se confié de todo camionero, uno los conoce, sólo los profesionales saben de este dato.

Y para culminar, en mi ayuda transcribo apartes de un artículo del Espectado (2), que me cae como anillo al dedo:

Según Elías, fue un proceso colectivo en donde los conductores, con la ayuda de las autoridades, aprendieron a autoregularse y a coordinar sus comportamientos para evitar las muertes. En eso consiste el progreso, o lo que Elías llama, “el proceso de civilización”: en seres humanos civilizando a seres humanos. (…) En Colombia, en cambio, son muy pocos los que conocen la norma del carril izquierdo y menos aún los que entienden la señal de las luces. Así las cosas, los que van rápido avanzan culebreando entre los lentos, que están por todas partes, lo cual no solo aumenta el riesgo de accidente (peor cuando hay motos), sino que ralentiza e incluso bloquea el tráfico cuando hay mucha congestión. Todos, o casi todos, terminan llegando más tarde (como cuando iban por la carretera ordinaria) y arriesgando sus vidas. Los países como Colombia intentan recorrer el camino que recorrieron los países desarrollados en su proceso civilizatorio. Eso está bien (aunque esos caminos son engañosos y a veces irreproducibles), pero en ese intento importan la tecnología, las autopistas, los automóviles, las señales de tránsito, o las grúas, pero dejan de lado la cultura (coordinación y autoregulación de los usuarios) que condiciona el buen funcionamiento de esa tecnología. (…) Este es un ejemplo más de cómo los procesos de civilización no solo dependen del aumento de la riqueza, sino de la cultura y, en el caso del tránsito, de la coordinación de los comportamientos entre los usuarios de la tecnología.

Y por último, todo el mundo jura que maneja bien y si nos lo vuelven a preguntar, si no sabe manejar bien, digámoslo sin eufemismo ni rubor, no, no sabe, así de pronto podemos salvar la vida de alguien, la de uno o la de quien lo pregunta, es un favor que debemos hacer(nos). (Por hoy me abstengo de hablar de ciclistas y motociclistas, una horda de imprudentes que se merecerían capítulo aparte).

Foto: JHB (D.R.A.)




[1] Friedrich Schiller.
[2] Mauricio García Villegas. Tecnología y civilización. http://www.elespectador.com/opinion/tecnologia-y-civilizacion-columna-690296

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