miércoles, 14 de junio de 2017

MORIR DIGNAMENTE


Me he preguntado lo qué significa morir dignamente. Es indigno morir atropellado, suicidado, de muerte natural pero tirado en la calle, abaleado y cualquier otra forma de muerte que sea lejos de la cama, aunque ha de advertirse que igualmente se puede morir indignamente en la cama de un hospital o de una clínica, tirado en un pasillo de urgencias o dejado a la buena de Dios mientras quienes tienen que cumplir con sus obligaciones, y no me refiero propiamente a las de la caridad cristiana, están en otros menesteres, tales como los trámites administrativos que es de donde se genera el respectivo sueldo y es, naturalmente, lo más importante (Noto un dejo de ironía… oigo decir).

Todo momento de muerte es aterrador en la medida en que ese miedo, si se quiere ese pánico, lo llevamos genéticamente y a lo largo de nuestra vida lo oímos como tragedia y como tal el ser humano así lo asume. Naturalmente no para el muerto, que muerto ha quedado. En esa misma medida supongo, sin saber del tema ni ser científico ni ser estudiado –advierto-, que la sola palabra es la que induce a hablar bajito, como en funeraria, a mirar con ojos tristes y apabullados, con ceño de pobrecito, como en funeraria, repito.

Morir dignamente es predicado de aquellas enfermedades en las que el enfermo ha sido notificado de su próxima partida o despedida (según se quiera) –imagínense la cara del médico que dice dubitativo que entre seis meses y un año y lo bueno del caso es que no atinan, ni en eso!-.

Y se le presenta al paciente enfermo -próximo difunto- una paleta de oportunidades, de alternativas para alargar un poco más su enfermedad, es decir, para hacerle más desagradable, triste y dolorosa su permanencia en este mundo. Pero nunca le presentan una alternativa más digna, la que haría del ser humano un ser con alto nivel de conciencia, la alternativa de morir sin sufrimiento, sin dolor. La eutanasia, en una palabra. (Muchos ya se habrán escandalizado, por lo que les sugiero que dejen la lectura acá, para qué torturarse con un ignorante como yo?).

En mi ayuda viene un articulista al que tenía pendiente, que trae a la vez las palabras del Dr. Quintana y lo dicen en palabras más bonitas de lo que podría yo hacer:  

Hay veces en que la medicina simplemente alarga la vida, pero no devuelve la salud. Los tratamientos no siempre tienen cómo darles a las personas la dignidad de continuar como lo han hecho hasta entonces. ¿Cómo se le puede pedir a una persona que se siente satisfecha con lo que ha sido su vida que intente prolongarla por días o minutos sin importar su calidad? Eso no es posible. Para mí, no hay lógica en eso.

A mí me encanta vivir. Entendería por qué tengo que irme y que no hay manera de detenerlo. Pienso que la muerte no puede ocultar la poesía de la vida.

Eso me llevó a pensar que si yo había podido disponer de mi vida en ese momento es porque cada ser humano es el único dueño de su vida. Sobre todo cuando esa vida tiene que continuar en condiciones muy tristes.

Uno de los primeros en hablar de esto fue Plinio el viejo, gobernante de Roma, quien dijo alguna vez que el mejor destino de un hombre al final de su vida era decidir suicidarse en el momento final. Aseguraba que podía correr el riesgo de convertirse en un guiñapo que vive del Estado. Entonces yo siempre pienso dónde está el orgullo de esta raza humana que no entiende que nacimos para morir, para que en algún momento entendamos cuál es el mejor momento para partir.

Es muy breve y no produce ningún dolor. Por lo general, me gasto un minuto en aplicar el anestésico. Les digo que pueden cerrar sus ojos cuando sientan sueño. Cuando veo que están ya en esa fase aplicó una segunda dosis de anestesia. Espero a que sus reflejos bajen y en ese momento aplico el segundo medicamento. El corazón se relaja y no envía la sangre a recibir oxígeno en el pulmón. El metabolismo consume todo el oxígeno que queda en la sangre en un par de minutos. Suelo no decir nada en el momento en que el corazón se detiene. (1)


Y la contracara, porque también la hay, es la familia. Cuando les toca decidir porque el próximo difunto no lo decidió a tiempo (2) y se deja en manos de la democracia esa decisión, la peor democracia: la sentimental. Que sea lo que mi Dios quiera! Esperemos porque de pronto mejora. Haremos una cadena por el feis para que Dios lo aliente. No importa que quede bobo, lo queremos vivo. Son frases que envuelven cobardía, la cobardía de tomar una decisión y, además, para mi gusto, la estupidez, porque con el paso del tiempo, viendo el sufrimiento, viviendo la pena en lo más interior de su ser, estar pensando: Por qué no te lo llevas, que deje de sufrir. Naturalmente que ese deje de sufrir es dicho sin anteponerle el pronombre, y no es él, es el yo. Y tiempo después de que el difunto se ha ido, soterradamente confiesan que le habían pedido a Dios que dejara de sufrir, no Él ni el muerto, él mismo porque prefiere no precisar el pronombre, hasta allí llega la cobardía –desplazada en decisión ajena- y la vergüenza –propia ante la imposibilidad de una confesión a viva voz-.

            La muerte es lo más natural, lo antinatural es el dolor. Por eso dejo acá, no soporto el dolor ajeno (mucho menos el mío).

Yo sé que me estoy muriendo porque he llegado a esa edad en la que no cabe engañarse e intuyes que empiezas a vivir en tiempo de descuento. (3)

Foto: JHB (D.R.A.)






[1] Cristina Castro “No veo lógica en prolongar una vida sin importar su calidad” Palabras de Gustavo Quintana, el profesional que acompañó al empresario Tito Livio Caldas en su eutanasia, habló sobre lo que significa ejercer ese derecho en Colombia. Asegura que la muerte no viene sólo de Dios. http://www.semana.com/nacion/articulo/eutanasia-gustavo-quintana-el-medico-que-atendio-a-tito-livio-caldas/483265

[2] Recomiendo la Fundación Pro Morir dignamente, es gratuito y hasta el trámite se puede hacer por Internet y en cualquier caso, ya se está imponiendo la moda de tatuarse en el pecho: No resucitar. SI pudiera vencer el hecho del tatuaje el mío diría: Prohibido resucitar, tengo una cita en el más allá! Y en mi mordacidad agregaría: Y si no hay más allá, me jodí, Dios no existía! Faltó a su cita, como siempre!
[3] Julia Navarro. Historia de un canalla

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