Una o dos veces por semana
les doy media docena de mis segundos,
distraídamente. (1)
A
partir de esa frase de Saramago, en donde la dama de los canarios se refería a
la displicencia con que les trataba y la indiferencia con que les veía, me hizo
reflexionar sobre la distante indiferencia que tenemos respecto de personas y
cosas que en un momento pueden resultar importantes, pero que con el paso del
tiempo, al ya tenerlas, al poseerlas, pasan a un segundo plano.
Cuántos
no hemos comprado serrucho, martillo y hasta cincel por el deseo de tenerlos,
para usarlos en un proyecto imaginado pero inacabado, en tenerlos para cumplir
un deseo y terminar archivados, como al deseo que le dio origen. Tener en el computador
una serie de programas que van a ser utilizados para cuando se necesiten, conocedores de antemano que se trata del
solo hecho de saber que se tienen y que sabrá Dios que nunca se utilizarán. Basta
mirar el C:archivos de programa; o
mirar las carpetas en donde se han guardado infinidad de programas o de
información que una vez guardados, allí quedaron en el olvido y no por olvido,
simplemente archivados porque se sació el deseo de tenerlos, no para usarlos,
solo para guardarlos.
El
mejor ejemplo es el trasteo o la limpieza de fin de año. Empiezan a aparecer
cosas que ni se recordaba que se tenían, unas inútiles, otras útiles pero
inutilizadas por el transcurrir del tiempo. Y comenzar a tomar decisiones sobre
su destino. No, dejemos éste que puede
llegar a servir. Este lo guardo como recuerdo. Este lo hizo mi agüelita. Estas
son mis calificaciones de kínder. Y lo que se sacó con el fin de ser
desechado, como acto de desprendimiento, termina nuevamente en el lugar que
ocupaba y la limpieza termina en acumulación.
Y
nada qué decir de aquéllos que teníamos la maña, no la costumbre sino la maña,
de recoger en el camino arandelas, tornillos, tuercas por el prurito de que
algún día pueden servir, como lo hacía mi papá. Ya difunto no sé si se habrá
dado cuenta que, de una parte, con su muerte todo se fue a la basura (porquerías que guardaba su papá, dijo mi
mamá) y de la otra, que todo lo que recogió terminó en el óxido, es decir, en
la inutilidad. Tal maña se me quitó cuando pensé que un tornillo o una tuerca
cuando la fuera a necesitar no costaba mayor cosa (esa maña suya de estar botando para después necesitar, como si fuera
rico, sentenció mi mamá. Quién la comprende?)
Triste
realidad.
Entre
los consejos de mi hermano mayor, a quien habrá que reconocerle el mayorazgo
para que su síndrome de príncipe destronado no se vea más afectado, está aquél
que nos ha repetido: si una cosa (objeto, archivo o documento para dar más
precisión y evitar tergiversación innecesaria(2)) no ha sido utilizada, usada, usufructuada, aprovechada, empleada o aplicada
dentro de los seis meses anteriores quiere decir que puede ser desechado,
excluido, descartado, eliminado o simplemente botado. En una palabra, lo que no
sirve que no estorbe. (Para unos efectos confieso que ha sido útil el consejo,
en otros más me he abstenido de hacerlo por cuestiones sentimentales, porque sé
que el deseo es mayor que la utilidad, o porque simplemente no he sido capaz de
deshacerme de ellos. Son dilemas que no he podido superar).
En
conclusión, como dice una máxima, cuyo autor desconozco, lo que poseemos nos
posee. Y de qué manera.
Foto: JHB (D.R.A.)
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