lunes, 13 de noviembre de 2017

AUTOBIOGRAFÍA


Pensaba empezar a escribir mi biografía. En más de sesenta años habrá mucho qué contar, me decía. Han pasado muchas historias, algunas tristezas, otros desconsuelos, otras ridiculeces más y… amores, desamores, alegrías… sí habría historia para contar.

Pero me pregunté: Y a quién carajos le puede importar mi historia? Acaso hice historia? Hice algo importante en la vida como para aparecer en sus anales? He descubierto algo? Como por qué habría de pasar a la historia? Seguí cuestionándome. Y entre más preguntas me hacía, más me desilusionaba yo mismo.

Tal vez mucho para contar, pero para hacerlo en el silencio de mi intimidad. Nadie más lo oiría, a la primera página ya se cansaría de una vida insulsa, como la de cualquier otro parroquiano que ha pasado su vida trabajando, porque no hay nada más soso que la vida de un trabajador y qué tendría que contar?

Y agregaba, contar la propia vida no es aconsejable, porque los secretos no aflorarán, las cuitas quedarán, la caja de Pandora imposible de abrir. Y lo más importante, no sería la persona más objetiva contando mi vida, porque buscaría pretextos para deshacerme rápidamente de la culpa, me exoneraría de irresponsabilidades, plasmaría mi versión, que, conociéndome, se dejaría llevar por la fantasía, por la proclividad al ensueño, por la distorsión del recuerdo, mas la alabanza que nunca falta, porque hay que alimentar diariamente el ego, pues si uno no lo hace, quién?

Todo esto me llevó a pensar que perdería el tiempo escribiendo mi biografía, pero Saramago en su sabiduría me dio la respuesta precisa:

Para contar una historia llenaban páginas y páginas y, al final, todas las historias se pueden contar en pocas palabras.(1)

Entonces, contada en pocas palabras mi vida, como puede ser la suya: nací, crecí, estudié, estudié, trabajé, trabajé, trabajé y ahora… esperando el desenlace final, los intermedios dependían, los había buenos –nótese mi sonrisa pícara- y los no tan buenos –véase mi ceño-.

He de confesar que trataba de inspirarme particularmente de Saramago, quien de unas vidas insulsas sacaba grandes historias, no por la historia misma, sino por la narración que de él fluían.

Como ven, la narración de una vida insulsa no es lo mío y de la mía, menos!

Amén.


… nunca decía palabras superfluas. Apenas las necesarias y no más que las indispensables. 
Pero las decía de una manera que quienes las oían apreciaban el valor de la concisión. 
Las palabras parecían nacerle en la boca en el momento en que eran dichas: 
venían todavía repletas de significado, pesada de sentido, vírgenes. 
Por eso dominaban y convencían. (2)

Foto JHB (D.R.A.)




(1) Claraboya.
(2) Saramago. Claraboya.

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