Pensaba empezar
a escribir mi biografía. En más de sesenta años habrá mucho qué contar, me
decía. Han pasado muchas historias, algunas tristezas, otros desconsuelos,
otras ridiculeces más y… amores, desamores, alegrías… sí habría historia para
contar.
Pero me
pregunté: Y a quién carajos le puede importar mi historia? Acaso hice historia?
Hice algo importante en la vida como para aparecer en sus anales? He
descubierto algo? Como por qué habría de pasar a la historia? Seguí
cuestionándome. Y entre más preguntas me hacía, más me desilusionaba yo mismo.
Tal vez mucho
para contar, pero para hacerlo en el silencio de mi intimidad. Nadie más lo
oiría, a la primera página ya se cansaría de una vida insulsa, como la de
cualquier otro parroquiano que ha pasado su vida trabajando, porque no hay nada
más soso que la vida de un trabajador y qué tendría que contar?
Y agregaba,
contar la propia vida no es aconsejable, porque los secretos no aflorarán, las
cuitas quedarán, la caja de Pandora imposible de abrir. Y lo más importante, no
sería la persona más objetiva contando mi vida, porque buscaría pretextos para
deshacerme rápidamente de la culpa, me exoneraría de irresponsabilidades,
plasmaría mi versión, que, conociéndome, se dejaría llevar por la fantasía, por
la proclividad al ensueño, por la distorsión del recuerdo, mas la alabanza que
nunca falta, porque hay que alimentar diariamente el ego, pues si uno no lo
hace, quién?
Todo esto me
llevó a pensar que perdería el tiempo escribiendo mi biografía, pero Saramago
en su sabiduría me dio la respuesta precisa:
Para contar una historia llenaban páginas y páginas y, al
final, todas las historias se pueden contar en pocas palabras.(1)
Entonces,
contada en pocas palabras mi vida, como puede ser la suya: nací, crecí,
estudié, estudié, trabajé, trabajé, trabajé y ahora… esperando el desenlace
final, los intermedios dependían, los había buenos –nótese mi sonrisa pícara- y
los no tan buenos –véase mi ceño-.
He de confesar
que trataba de inspirarme particularmente de Saramago, quien de unas vidas
insulsas sacaba grandes historias, no por la historia misma, sino por la
narración que de él fluían.
Como ven, la
narración de una vida insulsa no es lo mío y de la mía, menos!
Amén.
… nunca decía palabras superfluas. Apenas las necesarias y no más que las indispensables.
Pero las decía de una manera que quienes las oían apreciaban el valor de la concisión.
Las palabras parecían nacerle en la boca en el momento en que eran dichas:
venían todavía repletas de significado, pesada de sentido, vírgenes.
Por eso dominaban y convencían. (2)
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