Para mí, cuando un hombre da su palabra,
debería de ser suficiente garantía, pero desgraciadamente la vida me ha
enseñado que el código de conducta que me inculcó mi padre no está en vigor.(1)
El que se cuela en Transmilenio, el
que cobra el soborno por un trámite, el que se roba la licitación, el que daña
una máquina en el parque, el que evade impuestos, el que contrabandea, el que
abusa de las zonas francas, el que cobra por la justicia o la salud, el que…
son muchos el que que se presentan
olímpicamente y le hacen daño al erario público, sin que tengamos conciencia
del daño que efectivamente se está haciendo a cada uno de los contribuyentes.
Eso me llevó a recordar a Antanas
Mockus, el político loco al que siempre hemos tildado como tal, pero que dentro
de su filosofía tiene mucho que dar. Ojalá pudiéramos aprender, como cuando nos
obligó, en medio de su enseñanza, a pasar las calles por las esquinas,
costumbre que poco a poco se implantó y que, de alguna manera, se asentó en
nuestro colectivo (aclaro que no sé qué significa tal palabreja, pero suena
rimbombante, elegante y académicamente seria). Los recursos públicos son
sagrados, explicaba, pero nadie le paró bolas y sólo hoy le vengo comprendiendo.
Y lo empecé a sentir cuando cambié de
pensamiento o cuando el pensamiento me hizo reflexionar. Y encontré parte de la
relación al leer: el Estado no produce, sólo gasta (…) Económicamente hablando,
el Estado es un parásito (necesario e indispensable) que sobrevive
exclusivamente del trabajo de los contribuyentes.(2)
Para mantenerse un estado la única
manera es a través de los impuestos y para mantenerlo hay que pagarlos, pero
ellos salen del contribuyente, es decir el que a las malas debe contribuir,
teóricamente con una contraprestación, hoy distorsionada, pero ese es otro
asunto, porque pareciera que hubiera sinonimia entre paciente y contribuyente.
Sin dar más vueltas, el asunto se
resume a que debería doler más el robo de las arcas, en cualquiera de sus
manifestaciones –de la más leve como es el colado, como la más grave que es el robo descarado a
través de licitaciones-, porque en últimas al que le están robando no es
propiamente al estado (parásito, para estos efectos) sino al contribuyente que
aporta y nos roban por partida doble, porque además de soportar el robo, la
suma robada no es devuelta por lo que nos toca volver a aportar la nueva suma o
la faltante, si es que se logra recuperar algo de lo robado.
Sé que toda esta reflexión es soñar
con el deseo, pero parece que son ilusiones de viejos que en su juventud no
hicieron nada para solucionarlas en su momento.
Que es viejo… los viejos también tienen
valor.(3)
Óleo. Papel y espátula. JHB (D.R.A.)
(1) Julia Navarro. Dime quién soy
(2) Mauricio Botero Caicedo. De lo profano
y lo sagrado. https://www.elespectador.com/opinion/de-lo-profano-y-lo-sagrado-columna-205721
(3) Saramago. Claraboya.
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