En el ambiente flotaba un dejo a no sé qué. Era
como si el mundo no existiera, existiendo; era como viajar dentro de un bus,
rodeado de pasajeros que se iban disolviendo uno a uno, quedando solo, como si
el ausente invisible fuera uno y no los demás, mientras los demás veían cómo se
iba diluyendo uno en medio de su infinitud. O tal vez era al contrario, como si
el que se hubiera disuelto fuera uno y los demás indiferentes no se hubieran
dado cuenta que uno era el faltante.
Luego, encontrar un perro, un querido perro que
fijamente le mira a uno, a los ojos, con mirada de premonición, de despedida,
sin saber si esa mirada indicaba que era la despedida, sin conocer si era la de
él o la de uno.
Una indescifrable mirada que se convierte en
ausencia, sin saber tampoco si es la de él o la de uno.
Sus ojos no reflejaban nada, eran objetivos sin
tener calificativos ni explicativos, aunque lo decía todo, sin decir nada
concreto, predicando impúdicamente la incertidumbre.
Incertidumbre que es el infinito, como el
infinito lo es en sí mismo.
…
Era un escrito inacabado al no saber su
desenlace, si es que él acontecía…
Dios no tiene prisa, ¿por qué habría de tenerla yo? (1)
Óleo sobre papel. Espátula. JHB (D.R.A.)
(1) Siddhartha Mukherjee. El gen una historia personal. Frase
atribuida a Frederick Griffith, (https://es.wikipedia.org/wiki/Frederick_Griffith).
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