Hoy parece que estoy un poco mejor, y los médicos dicen que no me
encuentran nada; como si la edad no fuera una enfermedad, pero lo es, querido
Guillermo, lo es. Lo peor es que te priva de los recuerdos. (1)
Tomé como poesía pura esta frase curiosamente lanzada
por un personaje de esos que se suben a Transmilenio a rapear, cuando al
recitarla espontáneamente se la decía a un pasajero en cuya chaqueta estaba
escrito el logo de la empresa en donde trabajaba. El rapero, que si no es por
la forma decente y graciosa como rapeaba a cada uno de los pasajeros, hubiera
sido desechado de mi atención y mi mirada lo hubiera vuelto invisible, inquiría
en dónde había quedado el sueño por estar trabajando el día a día,
distrayéndole de las metas y sueños que de niño se había forjado.
Por esa poesía de la frase, incluido su
contexto, me llegó a lo profundo del alma y me pregunté a mí mismo: amigo,
dónde quedaron tus sueños…
Y así quedó la respuesta iniciándose con puntos
suspensivo, preguntándome dónde estaban mis sueños, si los había tenido de
joven, si hoy, ya viejo, los había logrado. Y una tristeza poética, de esas que
dejan añoranza de mejores tiempos, cayó en mi alma resbalando un nosequé, de
poética tristeza.
Me pregunté entonces si había tenido sueños;
traté de mirar hacia el pasado más lejano para recordar si alguna vez me había
impuesto o al menos había pensado en un mejor mañana, que es la esencia de los
sueños. Recordé mi niñez y no me vi soñando en el momento en que fuera viejito,
pareciera que no había tiempo para eso, porque niñez era precisamente eso,
niñez, supongo que pensaba que siempre sería niño, mientras lo pudiera
disfrutar. No sé en qué momento llegó mi adolescencia, pasó el bachillerato y
prosiguió la universidad. Tal vez el sueño fuera ser grande y trabajar, a lo
grande. Hoy, no lo sé.
Trabajé durante treinta y pico de años y no
recuerdo que hubiera tenido un sueño, de esos poéticos, de lo que deseaba, de
lo que realmente deseaba. Atendía el día a día, procurando en cada oportunidad
ascender y atender las necesidades de mi familia. Y así pasaron los días, día a
día y no me acuerdo de que me hubiera fijado en la necesidad de tener un sueño.
Tal vez el sueño era tener cosas, sin saberlo.
No me duele el tiempo pasado ni el no haber
tenido, tal vez, sueños, de ese sueño poético del que hablaba el rapero de hoy.
Y si hubiera tenido sueños, de esos poéticos a
que tanto me he referido, no sé si los habría cumplido, si se hubieran cumplido
o, ya viéndome en el plan de pensionado, estuviera decepcionado de no haberlos
cumplido. De no haberlos tenido, hoy, no me siento desilusionado, pues si no
los tuve qué decepción no haberlos cumplido, si lo miro desde la óptica de
tener cosas. Cuándo dejé mis sueños, dónde quedaron mis sueños, tampoco lo sé.
Parte
de la respuesta me la dio Grishnan en un libro que hace poco terminé:
- ¿Dónde estarás dentro de
diez años?
—Yo no pienso en esos términos. No creo en
los calendarios ni en los programas ni en las listas de cosas pendientes.
Fijarse objetivos es una estúpida costumbre americana. No estoy hecho para eso.
Vivo más bien al día, puede que piense un poco en el mañana, pero eso es todo.
Planificar el futuro me parece ridículo. (2)
Hoy, gracias a una pregunta al vuelo, soltada
por la persona menos pensada -un rapero, Dios mío!-, no sé si tuve sueños, si
se cumplieron o no, sé que ahora sólo espero una vejez tranquila, con una
muerte afortunada. Nada más que eso.
Gracias a la vida que me ha dado tanto
Me ha dado la marcha de mis pies cansados;
Con ellos anduve ciudades y charcos,
Playas y desiertos, montanas y llanos…(3)
Foto: JHB (D.R.A.)
(1) Julia Navarro. Dime
quién soy.
(2) John Grishnan. El Rey de los pleitos.
(3) Violeta Parra.
Gracias a la vida.
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