miércoles, 3 de octubre de 2018

OTROS TIEMPOS



Precisamente sobre esa campaña habló Grisales cuando se refirió a los piropos callejeros. “Yo estoy ahora defendiendo el #DerechoAlPiropo. (...) en la calle que te digan: ‘mamita que linda estás’, que me lo sigan diciendo”, afirmó.
“El piropo es algo lindo. Pero el derecho al piropo lo hemos perdido porque los hombres están intimidados, los estamos ridiculizando, los estamos amedrentando”, añadió Grisales.(1)

Me ha llamado la atención la discusión generada entre la Grisales y Alejandra Borrero, cada una tiene su razón, es indiscutible. No centraré mi opinión en la de la Borrero, sino en lo que dijo la Grisales.

Dijo una verdad que a nadie exteriormente le gusta oír, pero que con añoranza la recuerda. El piropo, no el arrabalero sino aquellos piropos que se lanzaban al aire en medio del rubor y con el deseo de que esa mujer mirara nuestros ojos como se mira al tímido que en la distancia se recrea con la hermosura.

Y dijo otra verdad que tampoco se puede exteriorizar mucho: los hombres están intimidados, los estamos ridiculizando, los estamos amedrentando. Y es cierto, muy cierto, ya uno ahora no puede expresar un buen piropo porque se le viene el mundo encima y corre el riesgo de ser denunciado penalmente por acoso sexual y los testigos saldrán de debajo de la manga y el rechazo será generalizado, sin ton ni son. Yo, personalmente, ante tanta estupidez de exceso, que se ha convertido en fanatismo insulso e insultador, no estoy de acuerdo con las actuales modas de que uno no puede mirar a una mujer, que no le puede decir nada que suene bello al oído, porque termina señalado como pervertido y con ese solo estigma, por más inocente que se sea, la humanidad ya lo catalogó sin fórmula de juicio y en esas redes nadie quiere caer.

Y ya que estoy escribiendo sin eufemismo, me llaman la atención todos esos rabos y tetas exageradamente siliconizadas, apenas tapadas que a propósito son mostradas, en muchos casos por moda usadas aunque insistentemente quieren ser ocultadas y como arrepentidas en todo su camino tratando de no demostrar su propia incomodidad, con motivo de una moda, de un deseo de ser deseada, así sea en la distancia. En otras palabras, salen medio empelotas pero el que la paga es el pelota que medio la mira, cuando la mirada es imposible de desviar, precisamente por culpa de la prójima. Y llegue a mirarlas y el culpable de mirar es el pervertido de uno.

Creo que las mujeres perdieron su puesto, el puesto que se habían ganado, desde que se igualaron al hombre, baste ver lo vulgares que se volvieron en la conversación cotidiana, lo ordinarias cuando se igualaron en las bebetas, en las peleas, en la ordinariez. Oiga güevón, es lo mínimo que uno les oye decir a forma de saludo. Y se quejan. Si se bajaron del pedestal, deben sufrir las consecuencias, pues todo acto tiene su consecuencia. Ah! bella época en que la mujer, era mujer.

Y creo que también han satanizado aquello de que las mujeres ganan menos. Al menos, dentro de mi experiencia y mi época, en todos los lugares en que trabajé, poco importaba el sexo del empleado, pues a un determinado cargo le correspondía un determinado sueldo. El presidente o el profesional de la entidad ganaba una suma exacta, fuera hombre o mujer, pues el sueldo estaba señalado de antemano según el cargo que se desempeñaba, no por otro factor. Pero ésto tampoco se puede decir en voz alta.

Y no quiero dejar de mencionar, sin explayarme, de la estupidez del gobernante y la gobernanta, o de la feminización de toda palabra para demostrar una igualdad de diccionario que no es necesaria. E irónicamente me llaman la atención aquellas poetisas que dicen no ser poetisas sino poetas! Dios mío, al fin qué?

Y curiosamente leí un artículo, interesante por demás, que decía: Algunas feministas celebran poco los logros de las mujeres. Como víctimas, su consigna es reclamar, exigir, siempre pedir más.(2)

Con todo, mi consideración con Amparo Grisales sigue incólume. Es una mujer que tiene verdades, que dice verdades y no le da miedo decirlas, le importa poco lo que opine yo o el resto de gente envidiosa. Porque adicionalmente es una hermosa mujer, teniendo mi edad, que de acuerdo con mi espejo, es ajada, la mía; la de ella, una Cleopatra deseada.

Y si quieren, tíldenme de machista, pervertido, sexista o lo que quieran, pero la Grisales tiene razón: los hombres están intimidados, los estamos ridiculizando, los estamos amedrentando.







(2) Mauricio Rubio. Quejadera perpetua. El Espectador. https://www.elespectador.com/opinion/quejadera-perpetua-columna-798258

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