Precisamente sobre esa
campaña habló Grisales cuando se refirió a los piropos callejeros. “Yo estoy
ahora defendiendo el #DerechoAlPiropo. (...) en la calle que te digan: ‘mamita
que linda estás’, que me lo sigan diciendo”, afirmó.
“El piropo es algo lindo.
Pero el derecho al piropo lo hemos perdido porque los hombres están intimidados,
los estamos ridiculizando, los estamos amedrentando”, añadió Grisales.(1)
Me ha
llamado la atención la discusión generada entre la Grisales y Alejandra
Borrero, cada una tiene su razón, es indiscutible. No centraré mi opinión en la
de la Borrero, sino en lo que dijo la Grisales.
Dijo una
verdad que a nadie exteriormente le gusta oír, pero que con añoranza la
recuerda. El piropo, no el arrabalero sino aquellos piropos que se lanzaban al
aire en medio del rubor y con el deseo de que esa mujer mirara nuestros ojos
como se mira al tímido que en la distancia se recrea con la hermosura.
Y dijo otra
verdad que tampoco se puede exteriorizar mucho: los hombres están
intimidados, los estamos ridiculizando, los estamos amedrentando. Y es cierto, muy cierto, ya uno ahora no puede
expresar un buen piropo porque se le viene el mundo encima y corre el riesgo de
ser denunciado penalmente por acoso sexual y los testigos saldrán de debajo de
la manga y el rechazo será generalizado, sin ton ni son. Yo, personalmente,
ante tanta estupidez de exceso, que se ha convertido en fanatismo insulso e
insultador, no estoy de acuerdo con las actuales modas de que uno no puede
mirar a una mujer, que no le puede decir nada que suene bello al oído, porque
termina señalado como pervertido y con ese solo estigma, por más inocente que
se sea, la humanidad ya lo catalogó sin fórmula de juicio y en esas redes nadie
quiere caer.
Y ya que estoy escribiendo
sin eufemismo, me llaman la atención todos esos rabos y tetas exageradamente
siliconizadas, apenas tapadas que a propósito son mostradas, en muchos casos
por moda usadas aunque insistentemente quieren ser ocultadas y como
arrepentidas en todo su camino tratando de no demostrar su propia incomodidad,
con motivo de una moda, de un deseo de ser deseada, así sea en la distancia. En
otras palabras, salen medio empelotas pero el que la paga es el pelota que
medio la mira, cuando la mirada es imposible de desviar, precisamente por culpa
de la prójima. Y llegue a mirarlas y el culpable de mirar es el pervertido de
uno.
Creo que las mujeres
perdieron su puesto, el puesto que se habían ganado, desde que se igualaron al
hombre, baste ver lo vulgares que se volvieron en la conversación cotidiana, lo
ordinarias cuando se igualaron en las bebetas, en las peleas, en la ordinariez.
Oiga güevón, es lo mínimo que uno les
oye decir a forma de saludo. Y se quejan. Si se bajaron del pedestal, deben
sufrir las consecuencias, pues todo acto tiene su consecuencia. Ah! bella época
en que la mujer, era mujer.
Y creo que también han
satanizado aquello de que las mujeres ganan menos. Al menos, dentro de mi
experiencia y mi época, en todos los lugares en que trabajé, poco importaba el
sexo del empleado, pues a un determinado cargo le correspondía un determinado
sueldo. El presidente o el profesional de la entidad ganaba una suma exacta,
fuera hombre o mujer, pues el sueldo estaba señalado de antemano según el cargo
que se desempeñaba, no por otro factor. Pero ésto tampoco se puede decir en voz
alta.
Y no quiero dejar de
mencionar, sin explayarme, de la estupidez del gobernante y la gobernanta, o de
la feminización de toda palabra para demostrar una igualdad de diccionario que
no es necesaria. E irónicamente me llaman la atención aquellas poetisas que
dicen no ser poetisas sino poetas! Dios mío, al fin qué?
Y curiosamente leí un artículo, interesante por
demás, que decía: Algunas feministas
celebran poco los logros de las mujeres. Como víctimas, su consigna es
reclamar, exigir, siempre pedir más.(2)
Con todo, mi consideración
con Amparo Grisales sigue incólume. Es una mujer que tiene verdades, que dice
verdades y no le da miedo decirlas, le importa poco lo que opine yo o el resto
de gente envidiosa. Porque adicionalmente es una hermosa mujer, teniendo mi
edad, que de acuerdo con mi espejo, es ajada, la mía; la de ella, una Cleopatra
deseada.
Y si quieren, tíldenme de
machista, pervertido, sexista o lo que quieran, pero la Grisales tiene razón: los hombres están intimidados, los estamos
ridiculizando, los estamos amedrentando.
(2) Mauricio Rubio. Quejadera perpetua. El Espectador.
https://www.elespectador.com/opinion/quejadera-perpetua-columna-798258
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