En redes
sociales abundan los mensajes que de alguna manera invitan a la solidaridad.
Nada más fijarse en tanto desaparecido, en personas incapacitadas que no
aparecen, eso le lleva a uno a replicar el mensaje. Pero muchas veces, la gran
mayoría no dan datos identificatorios de dónde, cómo, cuándo, a dónde
comunicarse y eso hace que el mensaje pierda cualquier sentido.
El otro es el
de la foto del taxi que de alguna manera actuó irresponsablemente o que con él
se generó un atraco. Si desde que tengo alguna red social anotara todas las
placas que me han dicho que no son recomendables, la lista sería larga. Sí
claro, hay que ver la buena voluntad para que uno no caiga, pero me tocaría
cada vez que paro un taxi preguntarle al tipo si está en la lista negra o
sacarla y verificar uno a uno si es de los vetados por las redes. El mensaje
pierde entonces todo sentido? Mejor cojo bus y me evito un desagradable
contacto.
Y la otra,
publicar las fotos de hampones cogidos en las calles. He visto no sé cuántos y
uno en principio agradece el favor, pero la lista igualmente se hace larga y
además, todas las caras de hampones y no hampones son las mismas y uno, con la
retentiva que se carga, no recuerda en la mañana ni siquiera qué color de ropa
se puso la pareja, cómo pretender tenerlos a todos en la mente? Uno ve gente
normal que no malicia que es ladrona y a uno lo ven, supongo que de igual
manera. Entonces lo que genera es la desconfianza, mutua, del visto y del que
ve. Y me ha pasado varias veces, a pesar de ser un viejito bien arreglado,
aunque no bien encarado, me miran con tal desconfianza que ese hecho de por sí
genera un malestar, desagradable para el que sintiéndose honrado no es visto
como tal. Entonces tiene sentido el mensaje?
Son las
bobadas que me vivo preguntando, pero también me pregunto si viendo a Uribe,
Petro y demás calaña, con los prontuarios que tienen, tan presentes que los
tiene uno en la memoria, cómo la gente sigue creyendo en ellos? Entre más
descrédito pareciera que el mensaje tiene otro sentido.
En una palabra, ya no sé qué pensar.
Como
es bien sabido, la historia la escriben los vencedores y los vencedores, con el
tiempo, adquieren el poder de obligarnos a creer lo que escribieron, de
hacernos olvidar lo que no se escribió y de inducirnos a tener miedo de lo que
jamás ocurrió. Todo para seguir ostentando el poder, sea poder religioso, poder
político o poder económico. Da igual. A ellos, a los vencedores, deja de
importarles la verdad y a nosotros, la gente, también. A partir de ese momento
el pasado lo reescribimos entre todos, haciéndonos cómplices de aquellos que
nos engañaron, nos asustaron y nos dominaron. Pero la historia no es
inamovible, la historia no está escrita en piedra, no tiene una única versión
ni una única interpretación aunque así nos lo hagan creer y, lo que es aún
peor, aunque así nos lo hagan defender con nuestras vidas, nuestro fervor o
nuestro dinero. De este modo aparecen las ortodoxias, las grandes verdades,
pero también las guerras, los enfrentamientos y las divisiones. Y ahí es cuando
nos han ganado para siempre.(1)
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