La
vida nunca nos preparó. Y parecería contradictorio pensar que la preparación es
la vida misma. Dios o el que fuera, olvidó presentarnos en su oportunidad el
manual correspondiente, aunque lo seguro es que el manual lo veremos cuando ya
no haya remedio.
No
nos enseñaron a ser niños, nos tocó ser niños o dejar de serlo, según las
circunstancias. Fuimos jóvenes sin preparación alguna y luego adultos, haciendo
lo mejor posible, dado que éramos nosotros los que debíamos tomar las
decisiones, creo. Y nos volvimos mayores, sin saber cómo ni cuándo. Sin pensar
en cómo pudimos pasar esas fases de la niñez a la mayoría, porque son cosas que
no se preguntan, que simplemente, como la vida, se viven.
Y
hoy, ya entrando a la fase final, tampoco sabemos cómo comportarnos ante ella,
ni qué debemos hacer, porque nunca nos prepararon para cada una de las etapas
que nos tocó vivir, nunca, en ninguna etapa, nos dieron un manual al menos
orientador. Improvisamos en cada oportunidad, hicimos lo mejor que pudimos,
supongo.
Y
somos pensionados y nunca nos preparamos para eso, para no trabajar, para no
hacer nada, salvo los mandados y las citas médicas, en la mayoría de casos.
Si
antes no alcanzaba el tiempo, hoy, cualquiera pensaría que nos sobra tiempo,
pero afortunadamente no me alcanza el tiempo porque sin saber cómo, cuándo o en
dónde se me ocurrió, sin manual ni instructivo, el tiempo no me alcanza para
hacer tantas cosas que se me ocurren diariamente y naturalmente, si tuviera
plata, el tiempo me alcanzaría menos.
Ahora
me pregunto si estoy preparado para la etapa final, pero sigo sin saberlo, me
toca atenerme al día a día esperando seguir sin tener tiempo para muchas cosas
y no verme ante una ventana desde que me levante hasta que me acueste, mirando
de soslayo cuándo la muerte se atravesará para dejar de mirar por la ventana
eterna en esa intemporalidad de espera. Y aún para la muerte no estamos
preparados!
Lo
cierto es que nunca estamos preparados y sin manual, nos toca guiarnos a
ciegas, a la buena de Dios.
Me gustan especialmente tus
árboles otoñales que dejan caer sus hojas con gracia. Así deseo desprenderme de
mis hojas en este otoño de la vida, con facilidad y elegancia. ¿Para qué
apegarnos a lo que vamos a perder de todos modos? Supongo que me refiero a la
juventud, que ha estado tan presente en nuestras conversaciones.(1)
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