viernes, 29 de marzo de 2019

NUNCA ESTAMOS PREPARADOS


La vida nunca nos preparó. Y parecería contradictorio pensar que la preparación es la vida misma. Dios o el que fuera, olvidó presentarnos en su oportunidad el manual correspondiente, aunque lo seguro es que el manual lo veremos cuando ya no haya remedio.

No nos enseñaron a ser niños, nos tocó ser niños o dejar de serlo, según las circunstancias. Fuimos jóvenes sin preparación alguna y luego adultos, haciendo lo mejor posible, dado que éramos nosotros los que debíamos tomar las decisiones, creo. Y nos volvimos mayores, sin saber cómo ni cuándo. Sin pensar en cómo pudimos pasar esas fases de la niñez a la mayoría, porque son cosas que no se preguntan, que simplemente, como la vida, se viven.

Y hoy, ya entrando a la fase final, tampoco sabemos cómo comportarnos ante ella, ni qué debemos hacer, porque nunca nos prepararon para cada una de las etapas que nos tocó vivir, nunca, en ninguna etapa, nos dieron un manual al menos orientador. Improvisamos en cada oportunidad, hicimos lo mejor que pudimos, supongo.

Y somos pensionados y nunca nos preparamos para eso, para no trabajar, para no hacer nada, salvo los mandados y las citas médicas, en la mayoría de casos.

Si antes no alcanzaba el tiempo, hoy, cualquiera pensaría que nos sobra tiempo, pero afortunadamente no me alcanza el tiempo porque sin saber cómo, cuándo o en dónde se me ocurrió, sin manual ni instructivo, el tiempo no me alcanza para hacer tantas cosas que se me ocurren diariamente y naturalmente, si tuviera plata, el tiempo me alcanzaría menos.

Ahora me pregunto si estoy preparado para la etapa final, pero sigo sin saberlo, me toca atenerme al día a día esperando seguir sin tener tiempo para muchas cosas y no verme ante una ventana desde que me levante hasta que me acueste, mirando de soslayo cuándo la muerte se atravesará para dejar de mirar por la ventana eterna en esa intemporalidad de espera. Y aún para la muerte no estamos preparados!

Lo cierto es que nunca estamos preparados y sin manual, nos toca guiarnos a ciegas, a la buena de Dios.

   Me gustan especialmente tus árboles otoñales que dejan caer sus hojas con gracia. Así deseo desprenderme de mis hojas en este otoño de la vida, con facilidad y elegancia. ¿Para qué apegarnos a lo que vamos a perder de todos modos? Supongo que me refiero a la juventud, que ha estado tan presente en nuestras conversaciones.(1)

Óleo sobre papel, espátula. JHB (D.R.A.)


(1) Isabel Allende. El amante japonés.

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