miércoles, 28 de agosto de 2019

SACANDO EL QUITE



            Sigo preguntándome por qué cuando uno es responsable de una acción que contraviene algo no lo es de la consecuencia. Si llegué tarde a una cita no basta la excusa para exculparse, simplemente se llegó tarde y punto. Si me pasé un semáforo, aceptar que hizo un hecho incorrecto. Pero siempre se tiene la excusa a flor de piel para evadir la responsabilidad del hecho no querido. Siempre y ahora es más común ver que cuando alguien hace un reclamo, el culpable necesariamente tiene que exculparse así sea con una explicación estúpida, como generalmente lo es.

            Acaso no nos enseñaron a aceptar la responsabilidad de nuestros actos? Y de sus consecuencias, naturalmente? Y de habérnoslas enseñado cómo carajos siempre estamos dispuestos a minimizar nuestra responsabilidad, buscando el perdón con el pobrecito. Pero parece que se convirtió en deporte nacional, siempre buscamos una razón que condone nuestra irresponsabilidad, que la disminuya, que se evapore para sentirnos tranquilos, de que no hicimos nada o al menos que no causamos mayor daño o que eso le puede pasar a cualquiera. El problema es que no nos enseñaron a aceptar nuestra responsabilidad, a admitirla y, de ser el caso, a pagar por ello.

            Eso mismo ocurre con el síndrome del tubo, ante una situación no querida siempre se busca al que tuvo la culpa y el tema se concentra en eso y no en buscar inmediatas soluciones.

Me pregunto si estos actuares no son el inicio de la corrupción, del que no me descubran y si me descubren minimizar lo más posible, porque eso es precisamente corrupción, de la moral, de la ética y eso es lo que nos está matando.

Como anillo al dedo o con base en la lectura de un artículo me dio pie para este escrito. Sandra Borda escribía:

Esa tendencia a minimizar los efectos de violar una norma cuando somos nosotros mismos los perpetradores y otros los que sufren las consecuencias está profundamente arraigada en nuestra cultura. Cuando alguien decide no hacer una fila y colarse, la reacción ante el reclamo es ‘ay, pero deje el escándalo’, y esto no es otra cosa que un intento de minimización de lo que se ha hecho. Cuando alguien comete plagio y se defiende diciendo que ‘solo fue un parrafito’, se intenta banalizar la trampa.
En síntesis, cuando somos nosotros quienes violamos las normas tendemos a verlo todo más pequeño, más inofensivo, menos crucial. Nos preguntamos: ‘Pero ¿cuál es el daño?’, y siempre pedimos un poco de flexibilidad de los otros: ‘No hay que ser tan rígidos; al final, no es un crimen’, ‘Igual, tampoco es como si hubiera matado a alguien’.(1)

Estamos llenos de mañas aprendidas y sigo preguntándome por qué carajos siempre estamos buscando trivializar nuestras acciones incorrectas?

La culpa —pensó Gabe— es una emoción hecha a la medida de cada persona.(2)

Tomado de Facebook


(2) John Katzenbach. Personas desconocidas.

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