Fui espectador pasivo de una conversación -si a eso puede llamársele así- de una discusión sobre las propiedades sobre el dióxido de cloro -que no tengo ni la más remota idea de lo que es-.
Unos
afirmando el milagroso resultado que produce frente al covid. Otros rechazando
las afirmaciones por la falta de confirmación científica. Y los más, como yo,
indiferentes. Pero llegó un momento que produjo el cansancio de mensajes van,
mensajes vienen, parecían todos educados por jesuitas, de quienes aprendimos
que si no la ganamos al menos la empatamos. Y eso me llevó a los viejos
concilios cristianos, en donde se convocaba la discusión sobre si los ángeles tenían
sexo -en sentido literal y entre líneas, en sentido amplio-, si la Virgen era
virgen, si Jesús era hijo de Dios y era parte de Dios, si había Trinidad o
individualidad y temas semejantes. Alguna vez oí que en alguno de esos
concilios se trató de averiguar cuántos ángeles cabían en la punta de un
alfiler, no sé si sea cierto o sea mera leyenda, pero en tales trivialidades se
centraban las mentes de aquella época[1].
Y
mi imaginación voló al recinto de ese oscurantismo -Constantinopla, Trento, Nicea,
Letrán-, en donde se reunían mentes preclaras -aunque no tan claras dadas las
conclusiones a las que se llegaban, cuando llegaban a algo, que no era otra
cosa que la imposición-. Ver al clero, con sus hábitos relucientes y
empalagosos, haciendo dote de su sapiencia, mirando unos de soslayo hacia dónde
iban los vientos -de los vencedores, claro está-. Los agarrones que debieron
surtirse, aludiendo su razón en palabras ajenas y bíblicas. Unos tratando de
desprestigiar lo dicho por el otro. Otros defendiéndose a como diera lugar,
tratando de imponerse. Insulto a la inteligencia va, insulto viene y nadie
dando su brazo a torcer, porque todos tenían la razón, sin tenerla nadie.
Y
aterricé con la lectura de la noticia sobre la convención del partido de los exguerrilleros
-cuyo único objetivo pareciera que era cambiar el nombre de Farc a Comunes-, en
donde al mejor estilo comunista, la mediocridad participante, de los oponentes
y zancadilleros -me imaginaba una copia sin par de cualquier concilio- trataban
de imponerse, desacreditando a la oposición, cualquiera que ella fuera. La
misma trama que puede predicarse de cualquier partido político en las mismas
arenas.
Y
solo pude recordar la frase que alguna vez leí: Todo cambiaba, sin cambiar nada,
porque a la larga todo seguía igual. Porque Bizancio, a pesar de haber ocurrido
hace más de cinco siglos, no ha muerto, a pesar de haber cambiado de nombre; y
las discusiones bizantinas perduran hasta en las asambleas de copropietarios o
comités de empresa.
Todo
cambia, sin cambiar, al final, todo sigue igual.
Justo lo que nos hacía falta: más
idiotas[2].
[1] La expresión discusión bizantina o argumento bizantino significa una discusión o argumento inútil, en la que cada parte nunca puede llegar a probar sus aseveraciones a la parte contraria. Es equivalente a la expresión "discutir el sexo de los ángeles", ya que este era el tema sobre el que estaban discutiendo los bizantinos (de una forma seria) cuando los otomanos ponían cerco a Constantinopla en el siglo XV, siendo considerado este hecho como el origen más próximo de la expresión discusión bizantina. Wikipedia.
[2] Con el agua al cuello. Donna Leon
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