Me entretuve viendo un programa de DW[1] en que hablaba del renacimiento de la nueva era y los consiguientes hippies que conocimos en nuestras épocas. Era como si no hubiera cambiado nada, los mismos locos, las mismas vestimentas, los drogos de siempre con los discursos de siempre. Pensé en que nada había cambiado. Y acordé de una innombrable senadora y me repetí: Trabajen vagos. Y salían cuantas locas podían existir, que se autoproclamaban las elegidas, las abducidas de extraterrestres, los que impartían enseñanzas solo a hombres, haciéndolos gatear, gruñir, para recordar a su niño interno. Demasiada estupidez junta. Naturalmente todo ello en California, en dónde más? Y lo que es peor, conseguían sus adeptos, tal vez al saber que podían obtener drogas gratis. Pensé en que la vida no puede ser así, meta droga y hable maricadas, inspirados por las energías cósmicas. Pensé en dónde estarán todos esos hippies de los años sesentas, cuántos desaparecieron en medio de su drogadicción, cuántos otros son respetados señores y qué pensarán de esas épocas. No puedo opinar porque ni mariguana he probado, experiencia de la que no puedo pontificar. Pero sigo pensando: trabajen vagos! Intransigencia que supongo que se debe a que pienso que uno debe joderse en la vida si quiere lograr algo, al menos, haberla hecho más llevadera.
También hablaba de las sectas y me
repetía: cómo es posible que haya tanto estúpido que se cree el cuento del
negro poseído y de las descargas cósmicas que por gracia divina le son
concedidas. Y plata que tiene el indio ese, diría mi mamá. O de la que usa el
veneno de una rana para curaciones del alma. El
reportaje se embarca en un viaje a través de los centros espirituales de los
Estados Unidos, y arroja luz sobre las cuestionables prácticas de los gurús
autoproclamados. Y naturalmente del negocio
que hay tras todo ello. A leguas se veía que todo era negocio, ninguno tenía
cara de honrado, a pesar de sus mensajes cósmicos.
Hasta
dónde hemos llegado, hasta dónde seguimos repitiendo historias de siglos
anteriores, los mismos embaucadores, los mismos embaucados y todo sigue igual,
como si nadie aprendiera, pasa lo mismo que con las famosas pirámides de
enriquecimiento, surgen y resurgen, pierden plata pero sigue intentando volverse
ricos sin hacer nada.
Concluyo,
tenemos lo que nos merecemos, qué más se puede pedir de una humanidad así?
«Odio el mundo», exclama. «Todo entra
en él tan limpio, y sale tan sucio…» [2]
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