En mi época de niñez tener animales en casa se limitaba a eso, no había nacido la noción de mascota, tal como hoy la conocemos. Tuvimos varios perros, zuros, canarios y lo que solía tenerse en la época. Pero eran eso, los animales que se tenían, los perros estaban para cuidar la casa o al menos para que ladraran si oían ruidos extraños.
Ya de
adulto los perros vinieron a mi vida y dejaron de ser perros, se convirtieron
en mascotas, que ya no convivían en el patio sino en toda la casa, era también
de ellos. Daban cariño y recibían cariño, se jugaba con ellos, se estaba atento
a sus propias necesidades.
Sin
saberlo, era una responsabilidad que se adquiría pues eran verdaderos niños,
había que educarlos, enseñarles, consentirlos y la batida de cola de un perro
pasó a ser esencial, era la batida de cola de una parte de la familia, que
expresaba sus sentimientos a través de un ladrido, de un batido de cola, de un
refregarse a uno. Siempre los primeros en salir a saludar, a demostrar que se
alegraban por nuestra presencia. Igualmente hubo la preocupación en sus
malestares, en sus enfermedades y la tristeza al momento de su partida. Las
partidas son dolorosas, pero creo, por ser familia, son bastante dolorosas al verles
partir.
Y con el
tiempo se incrustaban en el corazón de uno, eran parte de la familia, eran la familia,
sin ataduras, sin promesas, sin compromisos, al menos para ellos.
Pero
naturalmente nunca pensamos, cuando nos hacemos a ellos, que son temporales,
que por lo general no nos sobrevivirán, tal vez, como mucho, nos acompañen en
esta vida durante unos quince años y eso.
Para
aquellos que me acompañaron (Glotón, Max y Tomás, el más querido. Vodka lo fue
en la distancia) es un homenaje de compañía, de recuerdo, de alegre sonrisa,
aún con sus travesuras, cada cual con su propia personalidad, tan distintas
entre ellos, pero todos ellos supieron guardar en sus corazones, tal como
también lo hice, la afectividad propia que se le da a los seres más queridos.
Pero
siempre aparecen más de esas criaturas, desinteresadas, aunque celosas, y hoy
es un placer seguir teniéndoles, hoy a sabiendas que no nos sobrevivirán, creo.
Por decisión y luego de mis perros que ya se han ido, no los tengo. Pero
diariamente me acompañan los otros que resultan hijos adoptivos, el Milan y
Raldal (cuyo nombre oficial es Gandalf, pero me gusta con la ere y cuando se
desvía del camino pasa a ser Randalberto, mañas de uno). No tan seguido están
Greta y Baltasar que a pesar de la distancia cada vez que nos vemos es la
emoción expresada. En la lista no puede faltar Coqui y ahora la Miel.
La nostalgia me hizo hablar de mis perros, todos ellos
(incluidos ahora en la nostalgia los que viví en mi infancia y adolescencia, la
Pandora y la Muñeca) con su personalidad, su afectividad, su forma
desinteresada en que entregaron todo lo suyo para tener la oportunidad de
recordarles con nostalgia, para vivirlos con su presencia. Quienes hemos tenido
mascotas sabemos de lo que hablamos.
—La vida es así,
Alex. Hay que aceptarla tal como viene porque no queda otro remedio.[1]
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