Me ha llamado la atención últimamente la necesidad de que todo tenga ají, en diferentes proporciones. Aunque para la juventud de hoy, entre más picante más rico, dicen ellos.
Sin embargo, el picante, utilizado
de forma desmedida como lo hacen los jóvenes, lo único que logra es ocultar la
esencia misma de lo que se está comiendo. Lo mismo pasa con la hamburguesa, en
cuyo caso y en mi caso, con el relleno de salsas sí busco ocultar el sabor de
la carne de hamburguesa que sola no es precisamente muy apetitosa,
particularmente en las grandes cadenas, y si no me creen, coman una hamburguesa
sin pan, ni rellenos, ni salsas, es la carne más desabrida y deshonesta que hay
-se salva una que otra llamada artesanal-, por eso, cuando como hamburguesa, la
relleno de salsas, para ocultar ese sabor de carne que sola no pasa el examen.
Pero bueno, siguiendo con el ají,
una cosa es echarle un tris de ají, para darle cierto encanto a la comida y
otra diferente es atragantarse de ají, hasta el punto del lloriqueo y del
lagrimeo consabido. Así simplemente se está ocultando todo o será que sólo lo
hacen para sentirse valientes? Aunque pensándolo bien, resulta el símil con la
vida, para sentirse valientes hacen cosas que ocultan las realidades, tanto
como la hamburguesa.
Ya decía el sabio dicho de mi papá:
bueno es culantro, pero no tanto. Aunque todo se reduce a cuestión de gustos.
En fin, pareciera que todo tiene su
trasfondo, bueno o malo. Hay que ponerle entonces ají o sal a la vida, para
darle un vuelco -en el cual podamos ocultar lo que no queremos ver-, ya que no
podemos contra la vida misma.
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