El título de un video que recorre las redes sociales: Esto sucederá cuando mueras[1]. En resumen concluye con el resultado de la vida vivida, así no más.
Se muere uno y deja de ser un
problema. Esto debe tenerse claro, para morir con tranquilidad, me digo. A
partir de ese momento todo deja de ser problema. Ya uno no elige el féretro ni
el tipo de ceremonia, porque eso ya deja de ser un problema para el difunto, es
problema para los que quedan. Lo que hizo en la vida pierde importancia. Todo
se queda y ya nada es suyo. Si deja herencia que los herederos la disfruten, la
malgasten o sea su perdición, ya es problema de ellos.
La ropita que tenía, si no termina
en un ancianato o en una compraventa (¡vaya uno a saber!), termina en la basura.
Poco importa cuánto costaba, ya está usada. Lo que no tenga valor (económico),
a la basura, salvo que a algún heredero le mueva el deseo del recuerdo. Así es
y así ha sido.
Y así con todo lo que carece de
valor, a la basura. Hasta el producto de sus hobbies, sin valor, a la basura,
así esté guardado en un computador, en el que basta mandar los archivos al
basurero. Naturalmente todo lo de valor, bienvenido sea (dicen los herederos),
lo disfrutarán o lo dilapidarán, como dije.
Los recuerdos, también terminarán,
solo los deudos quedarán parcialmente con ellos. Los vivos determinarán con qué
recuerdos se quedan, cuáles desechan, pues tampoco es problema del difunto.
Así de simple es la vida y cómo,
para el difunto, todo igualmente termina.
Pero me surgieron unas preguntas,
respecto del muerto, no de los que quedan vivos, pues ya es problema de cada
cual lo que hace con su vida y, de todos modos, su momento les llegará.
Pensaba en las alternativas que al
muerto se le pueden presentar, por el hecho de haberse muerto y me encontré con
tres posibles (pudiendo ser más pero por sus diversas variantes pueden
reducirse a ellas).
Esas alternativas pueden ser:
1) Nada. Puede que al morir
no pase nada.
2) Hay un cielo (o un
infierno), creyendo en las promesas de la iglesia católica, en mi caso o en la
generalizada por las religiones cristianas. Y se gozará del cielo por toda la
eternidad.
3) Reencarnamos en un
eterno ir y venir.
Por capítulos individuales pensaré en cada una de
ellas.
… como siglos más tarde
Miguel Hernández, revela aquí su obsesión por las palabras. Las palabras que
ama y le aterran por el poder que tienen en el mundo, por el mal uso que se
puede hacer de ellas[2].
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