El nombre de una película de Netflix, relacionada con el 11 de septiembre.
De entrada cualquiera diría que la
vida no tiene precio. Cierto. Que todos somos iguales y por ese hecho para
todos la vida valdría igual. Cierto? Que, visto desde otra óptica, de
inseguridad, por ejemplo, la vida vale lo que cuesta una bala. Puede ser.
Que ante una demanda contra el
estado se condena en gramos de oro fino (2.000? 3.000?), lo que conduce a
pensar que ante la ley la vida si tiene precio, teniendo en cuenta la edad,
educación, trabajo, enfermedades, posibilidad de vida según tablas
preestablecidas, entre otros.
Y es más, si se piensa bien, uno
mismo puede tasar el precio de su propia vida. Y lo hacemos cuando tomamos un
seguro de vida. Y hasta en eso somos avaros o mezquinos, si se quiere, porque
depende del valor de la prima que queramos pagar, en cuya medida valoramos el
costo de la vida de la persona asegurada de la que queremos heredar o de lo que
queremos que hereden y es entonces donde el precio de la vida es relativo.
En todo caso, si se enferma o se
muere o aún si se muere de viejito, la pregunta resulta intrascendente,
indolora (la pregunta) y no genera problemas ético morales. Aquí, en estos
casos, la vida no tiene precio, al no haber demanda o seguro al cual reclamar.
Pero cómo son las cosas, según
veamos la pregunta, para la cual cada uno tendrá su respuesta y, en el fondo,
de tener valor, solo habrá avaricia y mezquindad.
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