Iba yo caminando cuando veo a unos muchachitos jugando, uno de ellos, el mayor, dentro del juego empujó e hizo caer al mediano. Este se levanta y protesta por el empujón y el mayor le echa la culpa al más pequeño, que no tenía velas en el entierro. Sin embargo, el caído le reclama al mayor que le vio cuando lo empujó y en su defensa el muchachito mayor se limitó a contestarle: Ah! pero si usted me empujó hace tres días.
Niños que no superaban los diez o
doce años y ya con esas. O tal vez me deba corregir con la frase, niños que ya
han visto esas conductas en los adultos y las adoptan como mecanismo de defensa,
porque no podemos aceptar las consecuencias de nuestros actos, no podemos
reconocer nuestras equivocaciones, cuando nos dejan en evidencia. Siempre
sacando la excusa, la exculpación, la disculpa, la coartada, la justificación
o, en otros términos más coloquiales, sacándole el culo a la cagada cometida (ups!
Pero como está de culto al escribir, dirá alguien).
Pareciera que nunca nos educaron
para que asumiéramos nuestros actos, de maldad, -porque de los de bondad ahí sí
estamos en primera fila haciendo alarde de ellos-. Y no sé en qué medida,
traspasamos esas taras a nuestros hijos y éstos a nuestros nietos.
Curiosa situación, me limitó a
pensar, ante la imposibilidad de lograr que el mundo cambie.
se atribuye a Broca la afirmación de que «
prefiero ser un mono transformado que un hijo degenerado de Adán».[1]
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