Iniciaré con elucubraciones de lo que pasa después de la muerte. Naturalmente es una visión pragmática de ateos.
Científicamente hasta el momento no ha sido posible
determinar si existe o no un más allá, todo se resume a una reflexión de fe. De
allí que siempre he pensado que para el paso posterior a la muerte existe un
cincuenta por ciento de que no pase nada, tanto como existe el otro cincuenta
por ciento de que sí haya algo después de la muerte.
En síntesis, el punto es que existe la posibilidad
de que se muere uno y no haya un más allá, ni un más acá.
Simplemente se acabó la vida, el cuerpo se
descompone, no hay alma que vuele, al no haber ningún lugar al qué volar.
Una descripción bastante cruda, lo sé, pero si sigo
siendo objetivo, así es. Una verdad descarnada, sin condimentación ni
sentimentalismos. No hay premio ni castigo en el más allá.
Si se fuera consciente de que así fuera, perdemos el
año como seres humanos, porque todo lo hecho, bueno o malo, bueno y malo, queda
sin recompensa o castigo, si es posible pensar en ello. Y entonces se pregunta:
Para qué la vida si al final…
En tal medida y ante esa posibilidad, para qué
joderse tanto en la vida si al final… Un resultado deprimente, pues al final
estamos esperando algo más y de no existirlo para qué los límites éticos,
morales, legales si lo que realmente resultaría válido sería vivir la vida lo
más intensamente, para bien o mal, para obtener los deseos de uno mismo. Supongo
que nada nos frenaría pues al final… la vida sigue igual. No alcanzo a
imaginarme ese mundo, pero en fin, existe la posibilidad (fuera del límite de
la fe o de las creencias arraigadas) que después de la muerte no pase nada.
En esa medida, creo que perdimos el año.
—Este asunto de la fe siempre me ha suscitado
curiosidad. Personalmente, creo que quien tiene fe es afortunado y quien no la
tiene es un desgraciado.[1]
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