La segunda alternativa que me
formulé respecto de lo que ocurre después de la muerte es precisamente un acto
de fe, de creer que ganaremos el cielo (o el infierno), según los actos de
bondad o maldad que hayamos realizado, del equilibro de la balanza entre el
bien y el mal que hicimos durante la estadía en la vida.
Este cielo (o infierno) nace, en mi
caso, de la programación religiosa a que fui sometido en mi niñez y juventud y
resulta aplicable a la mayoría de religiones, particularmente las llamadas
cristianas y con precisión, la católica, en mi caso (hoy he de confesar que ya
ni sé qué soy en ese aspecto).
Los curas me prometieron que al
final de mis días, habiendo contrición de corazón y arrepentimiento firme, con
solo evocarlo, puedo salvarme e ir directo al cielo. Allí gozaré de los
placeres celestiales, en compañía de mi Diosito, ángeles, arcángeles, coros,
querubines y serafines, así como de todos aquellos que murieron antes de mí,
por toda la eternidad. Por toda la eternidad.
Si no hubo tiempo para tal arrepentimiento
o deseo final de salvación, se hará una evaluación de lo bueno, de lo malo y de
lo regular que hice en este mundo de vivos (sin sarcasmos, dirá alguien). La
balanza celestial determinará si el camino es recto al cielo, si es necesario
pasar por un intermedio llamado purgatorio hasta que se logré la exculpación
total o si, por el contrario, el comportamiento no se sujeta a las previsiones
celestiales, directico al infierno, sin intermedios. (Supongo que supeditado al
previo juicio final, nunca han explicado si se adelanta para cada uno al
momento de su muerte o hasta que se extinga la humanidad para poder adelantar
ese juicio final para todos, que en tal caso debe durar otra eternidad). Aunque
Donald Walsch,
al haber hablado con Dios sostenga que la infinita bondad de Dios impide
calificar a unos y otros como pecadores o personas salvas, pues cada uno vino
con su tarea a realizar en este mundo (si no lo tergiverso, claro está).
Caigo ahora en una contradicción
religiosa, la madre iglesia dijo que no existe el infierno,
pero no se ha pronunciado sobre el diablo; aunque claro está, de ser así se
confirmaría la teoría de Walsch. Pero claro, las sagradas escrituras sí que lo
mencionan en sus diferentes nombres (diablo, satán, el ángel caído, etc.),
hasta tentó a Jesús, según quedó escrito, ergo… Cosas de la iglesia que es
mejor no controvertir, por ser dogma y ser expuesto, ante insistencia, en la
excomunión (en mi caso ya perdí la cuenta de las barbaridades que he dicho y
que motivarían la expulsión).
Sea como fuere, la posibilidad de que
exista ese cielo (e infierno) está y, tal vez, sea un motivo por el que no nos
hayamos matado todos (más? Dirá alguno) con el fin de tenerlo todo lo que
queramos, si supiéramos que luego de morir no hay nada. Tal vez, solo tal vez, ese
límite conscientemente inconsciente es el que nos hace obrar de la mejor
manera. Vaya uno a saber. En conclusión, bajo esta perspectiva, se vive -lo
mejor que se puede-, se muere -lo mejor que se pueda- y se goza de un paraíso
por toda la eternidad y, al parecer, sin retorno nuevamente a esta vida. A
gozar de los goces celestiales por toda la eternidad! (aunque me pregunto si
toda la eternidad no es mucho tiempo?).
—Dios es demasiado listo y no viene por aquí,
muchacho. Estamos solos.
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El último hombre. David Baldacci.
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