PRIMER ACTO.
PREPARATIVOS
A mediados de septiembre timbran a
mi puerta y me encuentro con unos encuestadores del Dane informando que en los
próximos días van a hacer una encuesta de hogares. Naturalmente el nombre de la
encuesta es tan largo que me pierdo en entresijos pensando de qué se trata.
Pasan los días y no aparecen, al
menos mientras yo estaba en casa. Pensé en que me había librado. En 8 de
octubre, en horas de la noche, llaman nuevamente a mi puerta y me entregan un
papel en que dicen que me van a encuestar el sábado 9, a cualquier hora del
día, cosa de por sí ya usual, tratándose de citas programadas, que significan:
no se mueva de la casa en todo el día. Así nada más.
Pasó el sábado y aparentemente no
hubo visita, aunque, naturalmente tampoco estaba dispuesto a quedarme
encerrando, teniendo ya programado el sábado, por lo que no supe si vinieron o
no.
Salí de la duda, cuando el 11
llamaron a mi puerta y era una muchacha encuestadora. Ni modo había que
recibirla. Luego supe que el artículo no se cual, del decreto ni idea cual,
imponía multa al que no atendiera la encuesta. En conclusión, me salvé de
taquito.
SEGUNDO ACTO. LA
ENCUESTA
Gracias a la tecnología la encuesta
venía en Tablet, aunque intuyendo las preguntas me permití sugerir que me diera
la Tablet y yo la llenaría, pues tenía lectura rápida. Pura paja, lo que quería
era impedir que se prolongara el tiempo con la lectura directa de la
encuestadora, preguntarme las opciones, anotarlas y así ver cómo pasaba el
infinito tiempo que suponía duraría. Mi idea era acortarla lo más posible.
Afortunadamente me lo permitió, lo que hizo más ágil, si se puede decir, llenar
el formulario electrónico. La que terminó aburriéndose, más que yo, fue la
encuestadora al verme contestar directamente en la Tablet.
Uno empieza impulsado a contestar
preguntas, con entre dos y diez o más alternativas, como la primera: en qué
tipo de vivienda vive. Opciones: a) en piso de tierra, sí o no; b) en piso
encementado, sí o no; c) en piso de madera, sí o no; d) en piso de mármol, sí o
no; e) en piso de tableta o cerámica, sí o no; ya no me acuerdo de la f), g) o
h) que le seguían. Esa pregunta ya empezó mi indisposición, si vivo en un
edificio… Eran como veinte preguntas por cada capítulo y había un sinnúmero de
capítulos, por lo que pude ver a lo largo del cuestionario, dedicadas al tema
de vivienda, salud, ingresos, estudios, embarazos. A los veinte minutos ya
estaba cansado y solo estaba empezando porque cada uno de los habitantes debían
responderlas, aunque no lo sabía hasta que terminé yo, luego de otros quince
minutos, me imagino. Sentí que no era una encuesta, era una confesión, una
larga confesión de un penitente habitante de esta ciudad que no tenía la culpa
de vivir allí. La encuestadora tampoco tenía la culpa, simplemente se ganaba su
sustento haciendo eso, aburriéndose con el entrevistado, con las mismas
preguntas que tendría que hacerle a ene número de otros entrevistados. Vaya
trabajo tan jarto!
Facilito contesté como más de cien
preguntas con cerca de diez alternativas en promedio. Fue casi una hora de
tiempo perdido que hubiera aprovechado perdiendo el tiempo en otras cosas, más
fructíferas, supongo, como procrastinando.
TERCER ACTO.
CONCLUSION
No supe si reír o llorar con las
últimas preguntas.
Se considera usted rico? En voz alta
me dije, depende, si es frente a Luis Carlos Sarmiento…
Se considera usted feliz? En
silencio me respondí… o mejor, no me respondí, quedé mudo con la pregunta.
Por último, servirá para algo? Y por
qué no hacen las encuestas por estratos, me pregunto también, pero estamos en
este país, Ay país, país, país, cantaba Piero.
Así finalizó este sainete.
Si los gobiernos no desperdiciasen el dinero
que los ciudadanos han ganado con tanto esfuerzo, entonces «¿cuál sería la
función de los gobiernos?», pensó.
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