Cuando las palabras faltan, el pensamiento se agita. Cuando las palabras sobran, el pensamiento se acalla.
Pensar que todo se reduce a la
palabra, es la expresión de la vida. Están en el recuerdo, cuando se quiere
expresar; están en la intimidad, cuando se quieren reflejar. Pero en los sueños
no están, porque en ese mundo, las palabras sobran, se truecan por imágenes,
aunque digan lo mismo, porque la una no requiere de la otra, porque, sin
saberlo, la una es la otra, son lo mismo y vuelven a lo mismo. Es el mundo sin
palabras, aunque se crea que el mundo sin palabras es el silencio, es silencio
absoluto, el aterrador, el insoportable, aquel que nunca hemos sentido
efectivamente, porque aún en silencio, palabras o imágenes dicen mucho, dicen
poco, pero dicen algo. Pero el silencio absoluto lo niega todo, por ello, tal
vez por ello, sea un medio efectivo de tortura.
Por eso, cuando las palabras faltan,
lo mejor es callar y si las palabras sobran, igualmente es mejor callar. Para
qué exponerse.
—¿Por qué no dejaste que te viera antes?
—Porque me gusta observarte cuando existes sin
mí. [1]
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