viernes, 8 de octubre de 2021

FRASES AJENAS

             En lista de espera tengo unas frases ajenas, que muchas veces siento que pudieran haber sido dichas por mí, pero desafortunadamente son otros los que las escriben, con mayor lucidez. Son pensamientos que dichos al aire o escritos en su momento, dan qué pensar. Y mucho.

 *

 

Los recuerdos no se esfuman y desaparecen. Están todos ahí, escondidos bajo la delgada costra de la consciencia. Incluso los que creíamos perdidos para siempre. A veces se quedan allí debajo toda una vida. Otras, en cambio, ocurre algo que hace que reaparezcan[1].

 

Son intimidades que no valen la pena que resurjan, creo.

 

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Me parecía un inquietante presagio del deterioro de mis facultades mentales. Una chorrada, naturalmente, porque yo los nombres jamás los había recordado y tenía el mismo problema a los veinte años. Pero pasados los cuarenta los pensamientos estúpidos se multiplican y los fenómenos insignificantes se convierten en síntomas de la vejez inminente[2].

 

            Y es allí en donde nos planteamos, desde cuándo empezamos a olvidar.

 

***

 

—¿Ah, no? Y eso, ¿por qué?
—Porque tú no olvidas, desplazas. Lo cual es otra cosa[3].

 

            Lo selectivo que es el recuerdo, cuando nos conviene.

 

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La escritura se oía. Pocos imaginaban que fuera posible leer de otra manera.
Hablemos por un momento de ti, que lees estas líneas. Ahora mismo, con el libro abierto entre las manos, te dedicas a una actividad misteriosa e inquietante, aunque la costumbre te impide asombrarte por lo que haces. Piénsalo bien. Estás en silencio, recorriendo con la vista hileras de letras que tienen sentido para ti y te comunican ideas independientes del mundo que te rodea ahora mismo. Te has retirado, por decirlo así, a una habitación interior donde te hablan personas ausentes, es decir, fantasmas visibles solo para ti (en este caso, mi yo espectral) y donde el tiempo pasa al compás de tu interés o tu aburrimiento. Has creado una realidad paralela parecida a la ilusión cinematográfica, una realidad que depende solo de ti. Tú puedes, en cualquier momento, apartar los ojos de estos párrafos y volver volver a participar en la acción y el movimiento del mundo exterior. Pero mientras tanto permaneces al margen, donde tú has elegido estar. Hay un aura casi mágica en todo esto[4].

 

            Y tal vez por eso prefiero no hablar de mí.

 

*****

 

Más allá de ciertos límites, la única posibilidad de expandir nuestra memoria depende de la tecnología. Esas transformaciones son a la vez peligrosas y fascinantes. La línea que separa nuestras mentes de internet se está volviendo cada vez más borrosa. Se ha instalado entre nosotros la impresión de que sabemos todo aquello que podemos localizar gracias a Google. Cuando se reúne un grupo de gente, suele haber alguien que se lanza a comprobar los datos de la conversación con su teléfono inteligente. Se zambulle en la pantalla como un ave acuática y, tras una consulta rápida, emerge con el pez en el pico, aclarando todas las dudas sobre el nombre de aquel actor o cuáles son los días perfectos para pescar el pez plátano[5].

 

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—¿Cómo eras cuando tenías mi edad?
—No lo sé. Nunca se me ha dado bien hablar de mí, quiero decir, hablar de mí de forma creíble. Creo que es un fenómeno bastante frecuente. Pídele a alguien que conoces bien que se describa y comprobarás que casi nadie sabe hacerlo. En el mejor de los casos sueltan algún estereotipo más o menos elaborado. En otros, te cuentan las fantasías en las que ellos mismos tienen necesidad de creer.
—Vale, pero ¿había algo que te gustaba de verdad? [6]

 

            Y sigo pensando que es mejor no hablar de mí.

 

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Un verdadero imbécil, muy difícil de encontrar en estos tiempos en que los imbéciles se disfrazan de inteligentes[7].

 

            Y la gran variedad que hay.

 

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—¿Y cree que puedo serle útil?
—Ciertamente. Pero antes una pregunta: ¿un cura que miente comete pecado?
—Si la mentira es para un buen fin, no creo.[8]

 

            Me pregunto si fue la iglesia también la que nos enseñó a buscar la exculpación, para sentirnos mejor.

 

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Como escritor de ficción, tengo plena libertad para hacerlo. Se trata de una licencia que me permite la Declaración de Derechos del Novelista, bajo el apartado «¿Para qué molestarse con la verdad cuando te la puedes inventar?». Fue debidamente promulgada por el Congreso, organismo augusto que goza de una experiencia envidiable al respecto[9].

 

            Eso me autoriza a escribir todas las barbaridades que vengo haciendo.

Tomado de Facebook
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[1] Las perfecciones provisionales. Gianrico Carofiglio.

[2] Dudas razonables. Gianrico Carofiglio.

[3] El olor de la noche. Andrea Camilleri.

[4] El infinito en un junco. Irene Vallejo.

[5] El infinito en un junco. Irene Vallejo.

[6] Las tres de la mañana. Gianrico Carofiglio.

[7] El ladrón de meriendas. Andrea Camilleri.

[8] . Un mes con Montalbano. Andrea Camilleri.

 [9] David Baldacci.

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