Viendo El precio de la historia, me llamaron la atención (aunque son frecuentes estas respuestas) dos casos en que alguien iba a vender cosas viejas.
Una de ellas
llegó pidiendo doscientos dólares por cualquier cachivache que le habían
regalado. Cory, que lo atendió le dijo que eso costaba al menos setecientos,
pero que le daba cuatrocientos para no tumbarlo. El otro le replicó que no, que
ahora quería setecientos; no, cuatrocientos, replicó Cory. Entonces seiscientas
dijo el vendedor. No, le doy cuatrocientas, lo toma o lo deja. Claro que lo
tomó. Y luego el vendedor sale diciendo que genial por haberlo vendido por ese
precio, que ahora le iba a decir a la mujer que lo había vendido en doscientos
y él se guardaba los otros doscientos. Me dije, muy para mis adentros, genial
el muchacho, así vamos a llegar muy lejos!
El otro vendedor
que apareció llevaba alguna reliquia familiar y pedía mil quinientos dólares.
Como se trata de una compraventa, le ofrecieron doscientos, pues no era que
valiera gran cosa. No, mil cuatrocientos, replicó el otro. No, le ofrezco
trescientos. Entonces no se hizo negocio y a la salida el vendedor del objeto
manifestó que le tenía mucho aprecio a esa joya, que era familiar, que por nada
del mundo lo vendería (sin sonrojo lo dijo, pero fue a venderla), pero que si
le daban mil quinientos en otro lugar se sacrificaría. Me dije, muy adentro de
mí, que qué bonito pensamiento tenía aquel hombre, que de todos modos su
reliquia familiar y su afecto tenían un precio, como todo en él, me pareció.
Y luego, para
variar, en una entrevista a una jugadora de fútbol (se entiende que es equipo
femenino, para que no me vayan a decir que soy un renegado idiomático) le
preguntaron cómo se veía el equipo. Ella contestó: Nos respetamos, hacemos
daño. Quedé sorprendido, pensé que iba a decir que jugaban bien, pero con
estos pensamientos modernos, uno no sabe a qué atenerse.
Y a propósito de
fútbol, vi a continuación una disputa que se generó con la mascota elegida por
la Copa América femenina. El muñequito era una perra, pues se trataba de
mascota y de equipos femeninos. Quién dijo miedo por haber elegido a la perra.
Que las estaban tratando de perras, dijeron algunos (digo algunos, porque la
discusión se desarrolló con ellos y ellas). Que las estaban demeritando, y
blablablá, blablablá, defensores y opositores y me preguntaba yo, hasta dónde
ha llegado la estupidez humana que un muñequito dio lugar a pelea.
Ahora sí que estamos jodidos, me dije para muy adentro de mis adentros, a donde nadie me pudiera oír, solo falta que me ofenda yo porque me digan calvo! (aunque dependiendo del tonito con que lo digan, ya serán quién soy!).
—Todos somos distintos para los demás
—opinó.[1]
[1] Henning Mankell. Antes de que
hiele.
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