Lo más importante: la fragilidad de la
sociedad en que vivían era mayor de lo que ninguno de ellos habría podido
sospechar. [1]
No sé hasta que
punto el mundo se está corroyendo, carcomiéndose lentamente lo poco bueno que
aún queda.
Existe un
submundo, incluido un inframundo, de los que hemos oído (a gritos o en silencioso
rumor de creciente reverberación) de los que creemos están bien alejados,
estando tan cerca.
Un inframundo
tenebroso, de ese que se mueve en la oscuridad de la noche, de esas calles en
las que da miedo caminar a deshoras. Como inframundo que es, lleno de oscuridad
y murmullos inaudibles, en donde se codea el hampa, la peor ralea y la
mezquindad humana. Hampa que reúne a una serie de personajes, ladrones,
reductores, violadores, traficantes, asesinos, toda esa ralea que queremos
tener bien lejos, lo más lejos posible. Un mundo que nos podemos imaginar, al
mejor estilo de Hollywood, pero que realmente desconocemos, a Dios gracias.
Naturalmente para ellos no hay descanso, pues en el día hay quienes continúan
con sus fechorías.
Y está el otro
submundo, el que actúa de día, con arreglo a los arreglos que hacen de noche en
la comodidad de un club o de un afamado restaurante. Es el submundo encorbatado,
aunque ya no se use ese artilugio. Allí se arreglan los problemas que trae la
democracia, se hacen las componendas, se eligen los compadres, se hacen reparto
de las entidades públicas, se reparten dividendos y se fijan intereses, todo en
aras de la honrada democracia. De políticos, chanchulleros, de zancadillas,
de efímeras hermandades, hasta que alguno caiga y si te conocí, ya no me
acuerdo.
Y vaya que muchas
veces esos dos mundos se encuentran y se apoyan transitoriamente, mientras nos
sirvamos.
Y nosotros, en
este mundo, llenos de inocencia (inocente o de displicente abandono, pues no es
con nosotros), creyendo que este mundo aún es vivible y en el que vale la pena
estar.
Lo mejor es
seguir soñando, es lo más sano que podemos hacer, esperando no encontrarnos con
los de los otros mundos. Es mejor morir inocente.
Hace unos años, habría estado de acuerdo
contigo: la violencia inexplicable no existe. Pero ya no es así. Este país ha
cambiado, y nosotros no nos hemos dado cuenta. La violencia se considera ya
algo natural. Se ha cruzado una frontera invisible y, en consecuencia,
generaciones enteras de jóvenes se arriesgan ahora a perder el norte, puesto
que nadie les enseña a distinguir el bien del mal. De hecho, ya no existe ni lo
bueno ni lo malo. Todos invocan sus propios intereses. Y, así las cosas,
¿puedes decirme qué sentido tiene ser policía?[2]
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