Ya había mencionado lo imperceptibles que eran los cambios que se producían en uno y cómo, siendo ya viejos, se notaban sin poder descubrir cuándo se habían generado. Fueron cambios lentos que solo descubrimos cuando las dolencias ya se habían asentado en nosotros.
De esa misma
manera se han venido produciendo cambios sociales de los que apenas nos damos
cuenta y que nos retumban cuando ya es tarde.
Haciendo una
mirada atrás no era que en el pasado hubiera menos violencia, menos inseguridad,
menos corrupción. Lo que pasa era que había menos gente y no habían redes
sociales, las que nos mantienen cada minuto alerta por su transmisión en vivo y
en directo.
Hoy se nota más
la violencia, la inseguridad, la corrupción porque somos más, muchos más y la
noticia se hace en vivo, falta poco para que se transmita en vivo en la
consumación del acto, pues nuestro deseo de verlo en primera persona, nos mueve
por el morbo de ver en cuerpo ajeno aquello que no nos quisiera pasar.
Antes las cosas y
los cambios eran imperceptibles, hoy, aunque perdura lo imperceptible de los
cambios, son más notorios, lo que le hace pensar a uno, a dónde va a llegar la
humanidad, si mantiene esos rumbos que cada día no reflejan un mejoramiento
sino, por el contrario, un desmejoramiento de las relaciones sociales, de la
insoportabilidad hacia el prójimo, de la tolerancia agotada.
Esa sutileza del
cambio es la que debería preocupar, pero por lo sutil, es preferible seguir en
la comodidad y el confort que hasta ahora tenemos, rogando a los cielos que no
nos afecte y si lo hace, que no sea demasiado.
Pequeñas
e insignificantes criaturas, desconocedoras de la guerra que se libraba
continuamente y a escondidas a su alrededor.[1]
[1] El cazador de la oscuridad.
Donato Carrisi.
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