Creo que la vejez me está haciendo más lento, no físicamente, porque eso es evidente, sino de entendimiento.
Oigo discursos, entre ellos
presidenciales, que de tanta palabrería moderna debo hacer un esfuerzo
adicional al normal para poder medio entender de lo que se trata. Si es de un
escrito periodístico, debo leer dos o más veces para entenderlo y a veces ni
así lo consigo, sobre todo en escritos en línea, en que ya ni la ortografía ni
la redacción parece resultar importantes.
Ya los delitos se desvanecen
gracias al lenguaje ramplón y mentiroso que se usa. Ya no se está ante un
secuestro sino ante un cerco humanitario (con muerto incluido). El idioma
inclusivo, o exclusivo, según se vea, también me confunde y a decir verdad, me
ofende, al ver que con los juegos de palabras y las artimañas de locuacidad se
esconden las verdades y eso me confunde mucho a mi edad y por eso no sé si es
cuestión del tiempo o lo es por mi propia grave edad.
Y en un noticiero oí que la falta de
escasez del agua por sequía no sé qué cosas originaba y preferí cambiar de
canal, ya no estoy en edad de devanarme los sesos para entender al prójimo. O
la otra que decía: Con más de 25 millones en monedas falsas fue capturado un
hombre en el norte del Tolima y me preguntaba cómo podía cargar 25 millones
de monedas, pero la noticia de fondo era que se trataba de billetes, que es
bien distinto. O esta otra Se suicidó Gabriel González, hombre que mató su
hijo un hotel de Melgar (sic), también de Caracol. Muestras de la poca
preocupación que tienen las cadenas de noticias y los periódicos al dar las
noticias, en donde la redacción dejó de valer un peso. Y eso que son sólo una
muestra de la actualidad.
Definitivamente ya no estoy para
devanarme los sesos para entender al prójimo.
Era retrasado o, como se decía en los viejos
tiempos, tonto. Antes de que el lenguaje políticamente correcto se impusiera y
nos hiciera usar todas esas palabras tan corteses[1].
[1] El hombre del lago. Arnaldur
Indriðason.
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