Es el nombre de un programa de televisión de cable. En él se muestran diferentes obras arquitectónicas, atrevidas sí, pero que, desde mi punto de vista, horrendas, estéticamente feas, lo que me hizo recordar otro programa Mansiones con encanto, dedicado a las casas de Nueva Orleans, pero en cuyo interior la decoración y distribución da verdadera vergüenza y más para los minimalistas, porque en ellas, en su mayoría la mano de porquerías que ponen impiden el libre acceso, la decoración más horrorosa, aunque para sus propietarios y la presentadora son mansiones con encanto, del peor gusto humano. Es mi opinión y por lo que veo, son más los que no la comparten, al menos en esa ciudad. No menciono los gustos de algunas regiones de acá porque va y me extraditan (a Nueva Orleans!).
Y
siguiendo con el tema, el arte de Gaudí es otro que sinceramente no me gusta,
como no me gusta Picasso y otra serie de artistas, entre ellas los del llamado
arte conceptual (y ellos mismos se llaman artistas), ese que para lucirse ponen
en una esquina del museo un zapato lleno de mierda o una silla para que la
gente se siente en ella y sienta lo que es una obra de arte (Dios me ampare y
por eso me abstengo de entrar a cualquier museo de arte moderno o
contemporáneo, para no salir renegando).
Recuerdo
que en alguna oportunidad expresé mi disconformidad con Gaudí o Picasso y el
apasionado al que se lo dije indignado me increpó, sin derecho a réplica, sobre
mi ignorancia, por demás atrevida, según él. Pues sí, me dije desde ese momento,
en cuestión de arte me gusta o no me gusta y punto, nadie tiene la última
palabra.
Ni
siquiera los críticos, esos que con su verborrea pretenden entrar en la
intimidad de la obra y en lo profundo del pensamiento del artista, que pontifican
sobre el estado de ánimo del autor, del deseo de su expresión a través del
lienzo o del papel, de sentimientos que no tienen ni idea, un eterno blablablá
que solo está en sus propias cabezas. (En mí es recurrente pensar en ellos
cuando me da por pintar y pienso que si fuera famoso toda la mierda que un
crítico hablaría de mí, de mi profundidad, de la seguridad de la pincelada, del
gusto por el color, de la angustia ante el gris y el negro, sabiendo que al
momento de pintar uno no está en profundas elucubraciones ni en pensamientos
filosóficos sino simplemente pasando el tiempo en algo que quiere hacer para
matar el tiempo, cuando no se es profesional en ello, agrego).
Y
toda esta retahíla era para poder expresar que en el arte, y no solo en él, uno
debe ser y sentirse libre de decir: me gusta o no me gusta, o de cambiar de
canal, si se prefiere y que si alguien se ofende por el comentario, poderle
responder como en aquellos viejos tiempos: bien puede irse para sus tres m…
He dicho.
Hijo mío, haz lo que tienes que hacer y no te
preocupes por mí, ni por nadie. Al fin y al cabo todos somos libres por
voluntad divina, incluso para no creer en esa voluntad.»[1]
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