Si quisiera hablar conmigo mismo, entablaría ese diálogo con la esperanza de que quien me respondiera lo hiciera de una manera directa, objetiva y libre de los prejuicios a los que estoy sometido.
No
sé qué tan bueno sería ese diálogo o, en su momento, monólogo, al verme
desvestido, enfrentado a traumas, perjuicios, prejuicios y tantas caparazones
con que uno se viste a diario, como disfraz para no evidenciar lo que realmente
se es.
Diálogo
o monólogo tal vez no sería capaz de resistir, ante evidencia contundente.
Pero
tal vez, no tal vez, sé que ese diálogo con mi alter ego no se haría porque al
hablar conmigo mismo, así sea en intimidad, sigo siendo yo, lleno de prejuicios
y perjuicios, igual de disfrazado a mí mismo.
… abrió la puerta. Nada más poner un pie tras
el umbral, debió reconocer que, al menos para él, aquel pequeño territorio era
el mejor de los mundos posibles. ¿De qué te quejas…? De la vida: de algo tengo
que quejarme, se dijo y cerró la puerta tras de sí.[1]
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