El título es así escrito, con el artículo femenino antepuesto para darle la connotación debida y diferenciarla de su prima, pereza, ésta sin artículo.
La
pereza, la primera mentada, inmoviliza, ralentiza el tiempo, hace lento el
movimiento, entra en lucha con alguien que, no se sabe bien quién es pero que
con certeza le anima a seguir en estado latente o, si por el contrario, se
anima a animarlo diciéndole que adelante, pero con voz de quien no quiere la
cosa, que lo dice para dejar dicho el supuesto aliento, sin ganas, desganado
porque de antemano sabe que nadie le hará caso, pero que tiene que cumplir con
su parte.
Es
la pereza, con el artículo, del que no tiene obligación inmediata y se puede
dar el lujo de hacerle caso, como la pereza de pensionado, pues da lo mismo
hacer o no hacer o dejar de hacer para seguir en ese estado donde nada le
afana, nada le desvela y resulta que es mejor hacerle caso a esa vocecita que
así invita, desganada pero determinante.
Tener
pereza o hacer pereza, sin el artículo, es cosa aparte, porque pareciera que se
tiene el derecho a ella, que se tiene bajo control la situación y como es
sentida está consentida y de vez en cuando vale la pena. Es la típica pereza de
domingo en la tarde.
Y
todo es cosa de un artículo y femenino, preciso, que me deja en imprecisión de
saber si atiné o no, pero volver es ceder y con la pereza, ni modo.
Y
como antaño se decía, la pereza es la madre de todos los vicios, pero madre es
madre y hay que respetarla.
la incapacidad que yo había generado para ser
feliz me impidió disfrutar, junto a mi mujer y a mis hijos, de lo que me
ofrecía la vida[1].
[1] El hombre que amaba los perros. Leonardo
Padura.
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