lunes, 9 de octubre de 2023

LA PIEDRA

                Algún día mientras caminaba por un sendero una piedra se me metió en el zapato. Todos conocemos la molestia que se produce al caminar con cualquier objeto extraño dentro de un zapato y el primer deseo, siempre que se pueda, es hacer lo posible por deshacerse de ella.

 

                Esta situación de inmediato me devolvió al pasado, al lejano pasado de mi niñez, de mis primeros años de educación. Estudiaba con monjas, las Siervas de San José. Tiempos lejanos que por circunstancias curiosas de la vida volvieron a mi mente y todo por una piedra en el zapato, a pesar de lo difusa que pueda resultar la imagen que de allí proviene.

 

                Era la época de Domingo Savio[1], de María Goretti[2] y otra lista de muchachitos que por arte de magia resultaron santos (ya hablaré más delante del tema, para desahogarme debidamente)  y de cuyas vidas, ejemplo para nosotros, siendo niños, debían ejercer mayor influencia ejemplarizante en nuestras vidas. Eso decían las monjas y de esa manera tuvimos buena vocación de sometimiento y de anhelo celestiales. Hasta deseábamos ser estigmatizados, hacíamos ayudas para algún niño negro por allá en las lejanas tierras africanas -dando una contribución claro está- (así se pensaba en esa época y eso no nos hacía racistas pero sí caritativos). Es decir, nos inculcaron que debíamos alcanzar la santidad, aunque ella solo se obtendría a través del sacrificio y el sufrimiento, con su consiguiente dolor.

 

                Con razón pienso hoy, en que ya no soy católico, aunque puede que sí agnóstico -porque hay que apostar a algo, uno nunca sabe- que un niño es demasiado influenciable.

 

                Y la piedra qué? Se preguntarán. Pues con todo este prefacio esa piedra me recordó las oportunidades en que las monjas nos animaban al sacrificio que también era redentor para quienes sí sufrían (negros, pobres, presos referentes de esa época) y precisamente uno de los sacrificios que prodigaban las monjas era precisamente el de caminar con una piedra dentro del zapato, cuyo tamaño dependía, pienso hoy, del grado de sacrificio que queríamos ofrendar.

 

                Creo que empecé con una piedra medianamente grande con el objetivo de salvar a todos los africanos. Recuerdo que no pude con el experimento y ante a incomodidad y el dolor creo que preferí una más pequeña que, aunque no salvara a toda África al menos parte de ella en mi nombre y sacrificio, pero descubrí, si la memoria no se falsea demasiado, que yo no estaba hecho para esas vicisitudes ni para cargar penas ajenas de un continente tan lejano.

 

                Solo hasta hoy, gracias al recuerdo atraído veo el sometimiento a que estábamos sujetos, con unos dogmas por demás estúpidos o, al menos, increíbles, por los cuales se sometían las mentes infantiles que no las comprendían y allí sí, aceptaban como cuestión de fe, en donde no había cuestionamiento admisible para llevar la contraria o al menos para preguntarse si eso era real. Difícil entender aquello del 3 en 1, digo, la Santísima trinidad, de la concepción espontánea, la inefabilidad papal y la necedad de que esa iglesia se acople a los tiempos modernos.

 

                Y al escribir esto, me llegó el recuerdo al que igualmente estuve sometido con los jesuitas pretendiendo que uno, siendo niño y en vísperas de adolescente, se confesara semanalmente de sus pecados y hoy me pregunto de cuáles pecados se puede confesar un niño o el adolescente, que si acaso éste podría confesar un pajazo que en aquellas épocas era pecado mal visto, no recuerdo si venial, grave o gravísimo y el temor a la condenación había sido bien fijado, hoy gracias a los siquiatras ya no se considera pecado y más bien es liberador, porque uno se descarga, de tanta tensión, agrego.

 

                Y hoy, viendo una película -Benedetta[3]-, menciona ella unas sabias palabras: Todos tenemos derecho a un pecado.

 

                Amén, hermanos!

 

—A ti no te importa que le diga chinos a los chinos, ¿verdad, Juan? —empezó el Conde con una taza de té hirviente, muy perfumado, en las manos y asediado por una sensación de desorientación policial y sexual que lo ponía excesivamente locuaz—. ¿Eso no es ofensivo, no? Porque los chinos son chinos, pero a los negros no se les debe decir negros, aunque sean más negros que el culo de una tiñosa. A los niños educados les enseñan a decir «una persona de color», pero es porque son de color negro, ¿no? Mi abuelo Rufino me decía que les dijera «morenos». Yo tengo algo de negro, ¿sabes? No sé si por parte de madre o de padre o de espíritu santo… [4]

Tomado de Google
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[1] En la primavera de 1855 se propuso ser santo al escuchar una prédica de don Bosco sobre la facilidad para serlo. Murió 3 semanas antes de cumplir los 15 años de edad. Es uno de los santos no mártires más jóvenes de la Iglesia católica. Wikipedia. Vaya genialidad, se lo propuso y decidió morir, esas fueron todas sus proezas y alcanzó la santidad. A mi edad podré proponérmelo?

[2] Una tarde, (5 de julio de 1902, Nettuno) María estaba sentada en lo alto de la escalera de la casa, remendando una camisa. Aunque aún no cumplía los doce años, era ya una mujercita. Alejandro, un joven de 18 años, subió las escaleras con intención de violar a la niña. María opuso resistencia y trató de pedir auxilio; pero como Alejandro la tenía agarrada por el cuello, apenas pudo protestar y decir que prefería morir antes que ofender a Dios. Al oír esto, el joven desgarró el vestido de la muchacha y la apuñaló brutalmente. Ella cayó al suelo pidiendo ayuda y él huyó. María fue transportada a un hospital de la cercana localidad de Nettuno, en donde perdonó a su asesino de todo corazón, invocó a la Virgen y murió veinticuatro horas después. (6 de julio de 1902, aún no había cumplidos los 12 años). Si por eso santificaran hoy…

[3] Benedetta Carlini fue una monja mística lesbiana que vivió en la Italia de la Contrarreforma, durante los siglos XVI y XVII. Judith Brown relató su vida en Immodest Acts, explicando los acontecimiento que la llevaron a ser de importancia para los historiadores de la espiritualidad femenina y del lesbianismo. Wikipedia

[4] La cola de la serpiente. Leonardo Padura.

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